_Tras unas semanas en que la actualidad nos ha desviado de los temas de Doctrina Social de la Iglesia, vuelvo a retomarlos para seguir profundizando en esta riqueza doctrinal, que ha servido de inspiración incluso para muchas ideologías de izquierdas que reivindican como propias la justicia social, ya proclamada como señales de la llegada del Reino de Dios en toda la Sagrada Escritura.
Hoy seguiré exponiendo la doctrina cristiana sobre la riqueza. ¿Es lícito poseer riquezas? ¿Es imposible salvarse siendo ricos, según las palabras de Jesús: “En verdad os digo: qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos. De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos.” (Mt. 19. 23-24).
Por otra parte sabemos que la riqueza, todos los bienes materiales son dones que nos vienen de Dios, que pone a nuestro servicio: “Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le pusoen el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase…” (Gen. 2, 15).
“Los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes.”
Y ¿Cuándo se da una “acumulación indebida”? Se da acumulación indebida cuando los bienes que posee una persona no cumplen con su función. “Las riquezas realizan su función de servicio al hombre cuando son destinadas a producir beneficios para los demás y para la sociedad” «¿Cómo podríamos hacer el bien al prójimo –se pregunta Clemente de Alejandría- si nadie poseyese nada?» Las riquezas son un bien que viene de Dios: quien lo posee lo debe usar y hacer circular, de manera que también los necesitados puedan gozar de él; el mal se encuentra en el apego desordenado a las riquezas, en el deseo de acapararlas. San Basilio el Grande invita a los ricos a abrir la puerta de sus almacenes y exclama: «Un gran río se vierte en mil canales, sobre el terreno fértil: así por mil caminos, tú haces llegar la riqueza a casa de los pobres.»… El rico, dirá más tarde San Gregorio Magno, no es sino un administrador de lo que posee; dar lo necesario a quien carece de ello es una obra que hay que cumplir con humildad, porque los bienes no perteneces a quien los distribuye. Quien tenga su riqueza sólo para sí no es inocente; darlas a quien tiene necesidad significa pagar una deuda.
Para terminar añadiré lo que el Santo Padre Francisco afirmó comentando la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. “el rico fue condenado a los tormentos del infierno, no por sus riquezas, sino por no compadecerse del pobre”. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. II, 7, nn 3328,329)
Rafael Serrano Molina
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