Una de las cuestiones prioritarias en economía es el empleo de los recursos, es decir,
de todos aquellos bienes y servicios a los que
los sujetos económicos, productores y consumidores, privados y públicos, atribuyen un
valor debido a su inherente utilidad en el
campo de la producción y el consumo. Los recursos
son cuantitativamente escasos en
la naturaleza, lo
que implica, necesariamente, que el
sujeto económico
particular, así como la sociedad,
tengan que inventar alguna estrategia para
emplearlos del modo más racional posible,
siguiendo una lógica dictada por el principio
de economicidad. De esto depende tanto la
efectiva solución del problema económico
más general y de la limitación de los medios
con respecto a las necesidades individuales y
sociales, privadas y públicas, cuanto la eficacia global, estructural y funcional, del entero
sistema económico. Tal eficiencia apela directamente a la responsabilidad y la capacidad de
diversos sujetos, como el mercado, el Estado
y los cuerpos sociales intermedios.
El papel del libre mercado.
El libre mercado es una institución socialmente importante por su capacidad de garantizar resultados eficientes en la producción de
bienes y servicios. La Doctrina Social de la
Iglesia aprecia las seguras ventajas que ofrecen los mecanismos del libre mercado, tanto
para utilizar mejor los recursos, como para
agilizar el intercambio de productos: estos
mecanismos, “sobre todo dan la primacía a la
voluntad y a las preferencias de las personas,
que en el contrato, se confrontan con las de
otras personas”.
Un mercado verdaderamente competitivo
es un instrumento eficaz para conseguir importantes objetivos de justicia: moderar los
excesos de ganancias de las empresas; responder a las exigencias de los consumidores; realizar una mejor utilización y ahorro de los
recursos; premiar los esfuerzos empresariales
y la habilidad de innovación; hacer circular la
información, de modo que realmente se puedan comparar y adquirir los productos en un
contexto de sana competencia.
El libre mercado no puede juzgarse prescindiendo de los fines que persigue y de los
valores que transmite a nivel social. La utilidad individual del agente económico, aunque
legítima, no debe convertirse en el único objetivo. Al lado de ésta, existe otra, igualmente
fundamental y superior, la utilidad social, que
debe procurarse no en contraste, sino en coherencia con la lógica del mercado. Cuando realiza las importantes funciones antes recordadas, el libre mercado se orienta al bien común
y al desarrollo integral del hombre, mientras
que la inversión de la relación entre medios y
fines puede hacerlo degenerar en una institución inhumana y alienante.
La Doctrina Social de la Iglesia, aun reconociendo al mercado la función de instrumento de regulación dentro del sistema económico, pone en evidencia la necesidad de sujetarlo a finalidades morales que aseguren y, al
mismo tiempo, circunscriban adecuadamente
el espacio de su autonomía. (Compendiode la
Doctrina Social de la Iglesia. II, c.7, nn.346-
350).
Rafael Serrano Molina