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martes, 12 de enero de 2021

“NUEVAS REALIDADES” EN LA ECONOMÍA. Por Rafael Serrano


DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA XVIII

Estamos ya a punto de finalizar las Fiestas de la Navidad e iniciar el tiempo ordinario. Espero que hayáis pasado bien las fiestas, en familia y disfrutando de tantos bienes como el Señor nos concede. Y que los Reyes Magos os hayan dejado muchos regalos, sobre todo mucho amor a Dios y en la familia.

Esta semana vuelvo a retomar la Doctrina Social de la Iglesia, con un toque de atención sobre la necesidad de la educación como consumidores en las nuevas situaciones de la economía global.

“NUEVAS REALIDADES” EN LA ECONOMÍA

La globalización en la economía lleva consigo “la pérdida de la eficacia de cada nación en la guía de las dinámicas económico-financieras nacionales.” La acción de los gobiernos en el campo económico y social se ve condicionada cada vez con mayor fuerza por los mercados internacionales. “Cuanto mayores niveles de complejidad organizativa y funcional alcanza el sistema económico-financiero mundial, tanto más prioritaria se presenta la tarea de regular dichos procesos, orientándolos a la consecución del bien común de la familia humana.”

Es, por tanto, indispensable que las instituciones económicas y financieras internacionales sepan hallar soluciones institucionales más apropiadas y elaboren estrategias de acción más oportunas con el fin de orientar los procesos de la globalización, evitando resultados dramáticos sobre todo en perjuicio de los estratos más débiles e indefensos de la población mundial.

Una de las tareas fundamentales de los agentes de la economía internacional es la consecución de un desarrollo integral y solidario para la humanidad, es decir, «promover a todos los hombres y a todo el hombre.»”

Esta tarea requiere una concepción de la economía que garantice, a nivel internacional, la distribución equitativa de los recursos y responda a la conciencia de la interdependencia –económica, política y cultural– que ya une definitivamente a los pueblos entre sí y les hace sentirse vinculados a un único destino.” Son necesarios, pues, modelos de desarrollo que no sólo atiendan a elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países ricos, sino a fundar sobre el traba- jo solidario una vida más digna, propia de personas humanas destinadas a responder a la propia vocación, y por tanto, a la llamada de Dios.

Un desarrollo más humano y solidario ayudará también a los mismos países ricos, sumidos a menudo en un extravío existen- cial, que les incapacita para vivir y gozar rectamente del sentido de la vida, aun en medio de la abundancia de de bienes materiales, Con frecuencia muchas personas en estos países se sienten alienadas, perdida la propia humanidad, reducidas al papel de engranajes en el mecanismo de la producción y el consumo y no encuentran el modo de afirmar la propia dignidad de hombres creados a imagen y semejanza de Dios”

Ante el rápido desarrollo del progreso técnico-económico y los cambios de los procesos de producción y consumo, que lleva consigo, igualmente rápidos, el Magisterio advierte la exigencia de proponer una gran obra educativa y cultural, que compréndala educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, la formación de un sentido profundo de responsabilidad en los productores y sobre todo en los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria intervención de las autoridades públicas. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, II ,c7. Nn. 368-375)

Rafael Serrano Molina


lunes, 11 de enero de 2021

La importancia del tiempo cronológico y meteorológico. Por JA Hernández Guerrero


Iglesia del Pilar de Madrid. Realizado por el sacerdote Toño Casado

La nevada ha afectado seriamente a toda nuestra vida y, como consecuencia, ha trastocado los contenidos de la información y, por supuesto, nuestras conversaciones. Hemos dejado de referirnos a las cuestiones políticas y hasta nos hemos olvidado de los problemas de coronavirus. Las precipitaciones de nieve y las fuertes rachas de viento han obligado a cortar carreteras, a paralizar las operaciones en aeropuertos, a suspender trenes y a desviar vuelos. El temporal ha influido también en los deportes hasta tal punto que la Real Federación de Fútbol ha determinado la suspensión de muchos de los encuentros programados.

Estos hechos nos demuestran cómo no solo la cronología -el paso del tiempo- sino también la meteorología -los cambios atmosféricos- nos importan mucho. Fíjense como las encuestas nos dicen que, mientras que la información política interesa a un 34 por ciento de la población, los datos meteorológicos los siguen un 70 por ciento. Es que el frío o el calor, la lluvia o el viento influyen en el trabajo y en el ocio, en las actividades comerciales y deportivas y, sobre todo, en nuestro estado de ánimo. El tiempo, aunque lo midamos linealmente, posee múltiples dimensiones. Los relojes y los calendarios nos despistan y nos engañan porque no son capaces de informar sobre sus contenidos ni de calcular la anchura, la altura y la profundidad de cada instante: hemos de aprender a valorar el tiempo y, en la medida de lo posible, a apresarlo entre nuestras manos.

No podemos borrar, corregir ni enmendar el camino andado, pero el trayecto recorrido nos advierte sobre la senda venidera. Tengamos en cuenta que, a pesar de la erosión del tiempo, el pasado, luminoso u oscuro, alumbra el futuro. Vivir es saborear los diferentes alimentos que la vida nos proporciona, es gustar sus colores, sus olores y sus sabores, y, también, probar su amargor o su acidez.

En contra de lo que nos dicen las ciencias, podemos perder el tiempo y recuperarlo, pararlo y aligerarlo, estrecharlo y ensancharlo, alargarlo y acortarlo, enriquecerlo y empobrecerlo. ¿No es cierto que usted ha vivido unos minutos larguísimos y otros cortísimos? ¿No es verdad que ha revivido momentos de felicidad o de dolor? El tiempo, efectivamente, es un billete ambivalente: su valor depende del empleo que de él hagamos. Y es que el tiempo -el cronológico y el meteorológico-, más que oro, es vida.

ENLACE A OTROS ARTÍCULOS DE JA HERNÁNDEZ

lunes, 28 de diciembre de 2020

EL DESAFÍO CRISTIANO. Por Rafael Serrano Molina


Nos acercamos al final del año. Año para olvidar, dicen muchos. Un año que Dios nos ha dado, en el que también nos ha acompañado y nos ha dado muchas gracias, tal vez, ocultas a nuestros ojos, pero que sin duda nos puede haber servido de mucho, si hemos estado atentos a la voz de Dios. “Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados” (Rm. 8, 28). Todavía, antes de terminar el año nos van a llegar noticias adversas. Ya sabemos que el Gobierno tiene previsto antes de la Navidad la aprobación definitiva de la nefasta Ley de Educación de la Ministra Celáa. A ello se añade la reciente aprobación en el Congreso de la tramitación de la ley de la eutanasia, que previsiblemente entre en vigor en los primeros meses del próximo año. El Gobierno en ninguno de ambos casos ha tenido una actitud dialogante, ha desoído a sectores de la sociedad afectados por estas leyes. En el caso de la Ley de Educación, no ha tenido sensibilidad para atender las reivindicaciones de asociaciones de padres de la enseñanza concertada y de la educación especial, no ha dialogado con profesores, ni con los titulares de centros de la enseñanza privada, ni ha oído a muchos ciudadanos e Instituciones que clamaban por la defensa de la Lengua Castellana. En cuanto a la Ley de eutanasia, tampoco ha escuchado a los Colegios de Médicos ni a otros sanitarios que rechazan esta práctica como ajena a su profesión. Mucho menos ha atendido la voz de la Iglesia Católica y de otras confesiones religiosas que consideran inmoral y rechazable la eutanasia. 

Esta realidad no puede en modo alguno desmoralizar a los cristianos, sino llevarnos a asumir el desafío de cambiar la sociedad. Cambiar la sociedad es posible. Ya lo hicieron los primeros cristianos en una sociedad pagana, como lo era la sociedad romana de los primeros siglos y además enfrentándose a la persecución y el martirio. Para hacer frente a este reto contamos con medios poderosísimos. En primer lugar contamos con la oración, siempre eficaz si nuestra fe es firme. En segundo lugar tenemos que pasar a la acción, que cada cristiano tiene que llevar a cabo según sus posibilidades, según su situación personal, según su iniciativa responsable. “Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana», en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía, y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común», que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.” No podemos olvidar tampoco la responsabilidad del cristiano que puede con su voto influir decisivamente en el curso de la vida política, como nos recuerda la NOTA DOCTRINAL de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública: “En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.”

Rafael Serrano Molina

lunes, 26 de octubre de 2020

EL MARCO DE LOS COMPORTAMIENTOS MORALES, por José Antonio Hernández Guerrero

 


En esta ocasión me permito empezar el comentario exponiendo la conclusión a la que he llegado tras la atenta lectura de este breve y oportuno libro. Gracias a la claridad del lenguaje, al detallado tratamiento de unos asuntos importantes y a la habilidad con la que el autor conecta con la sensibilidad de lectores de diferentes creencias e, incluso, de agnósticos, su lectura, a mi juicio, puede ser útil para los agentes de pastoral si lo utilizan como un instrumento adecuado para la preparación de tareas pre-evangelizadoras, evangelizadoras, catequéticas e, incluso, para la elaboración de homilías litúrgicas. Tengamos en cuenta que las ideas y, sobre todo, el lenguaje proceden de los esquemas que el autor -profesor de Teología Dogmática y de Antropología Cristiana en la Universidad de Navarra- utilizó en la emisión de un programa emitido, durante varios años, en Radio Nacional de España, titulado “Alborada”.

Tras recordar que los Diez Mandamientos escritos en la Biblia Hebrea 700 años antes de Cristo, en el libro del Éxodo, fueron ofrecidos por Jesús de Nazaret al joven que le preguntó sobre la manera de entrar en la Nueva Vida, explica con detalle cómo en la sociedad actual en la que tanta importancia alcanza la libertad y las libertades, los hombres y las mujeres, que se consideran “liberados de trabas antiguas”, aceptan de buen grado o a regañadientes una permanente multiplicación de normas legislativas: “Hay leyes estrictísimas sobre la fabricación, de cualquier producto, sobre la preparación de alimentos, sobre basuras y residuos, sobre la circulación de vehículos, salidas de humos, la reformas de cachadas, etc. Deberíamos, por lo tanto, reconocer que seguimos necesitando unas pautas claras y seguras que nos permitan vivir en paz con nosotros mismos y convivir en armonía con la naturaleza y con los demás miembros de la sociedad.

Explica cómo los Diez Mandamientos es un esquema general que nos sirve de marco en el que hemos de situar y apoyar nuestros comportamientos morales. Constituye una base sobre la que edificar esa serie de valores y de virtudes que hacen posible una vida verdaderamente humana. Es ahí donde se hunden las raíces del mensaje cristiano que, como es sabido, se resume en el amor a Dios, expresado y demostrado en el amor al prójimo y en el servicio a los más necesitados.