Normalmente, en el Congreso Católicos y Vida Pública de Madrid, que ya ha celebrado 25 ediciones y anuncia ahora la 26ª, los congresistas elaboraban un manifiesto recogiendo sus inquietudes centrales.
Este año es distinto: al presentar el congreso, que tendrá lugar del 15 al 17 de noviembre, hoy se ha difundido también el manifiesto que lo encauza, con el título "Quo vadis. Pensar y actuar en tiempos de incertidumbre".
Este año los codirectores del congreso son José Masip, vicepresidente de la Asociación Católica de Propagandistas, y una veterana expolítica y activista, María San Gil, vicesecretaria general de la ACdP y directora del Observatorio CEU de Víctimas del Terrorismo.
José Masip ha recordado que Católicos y Vida Pública siempre ha querido aglutinar a todos los movimientos y asociaciones católicas para poder actuar en común y dar testimonio de nuestra fe. “Nació para ser un foro de encuentro en el que fueran los movimientos y la sociedad quienes cogiesen protagonismo, no la ACdP”, ha explicado.
Ante "una preocupante pérdida de valores" ha animado a los católicos a "posicionarnos e intervenir en la vida pública más intensamente".
María San Gil ha leído el manifiesto ante la prensa, en el que se rechaza el "extremismo" y "el relativismo" y se pide a los católicos “un redoblado esfuerzo en la defensa de sus fundamentos: la defensa de la vida, la familia, la cultura del esfuerzo, la dignidad y la naturaleza de la persona humana”.
El manifiesto avisa: "los fundamentos humanistas de nuestra civilización están siendo atacados en su raíz”. Por eso pide "la transformación de un catolicismo social, por lo general silencioso e irrelevante, en una minoría creativa, tal y como interpelaban tanto Benedicto XVI como Francisco".
María San Gil lee en Manifiesto Quo Vadis del Congreso Católicos y Vida Pública de 2024.
Publicamos a continuación el Manifiesto completo.
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Quo Vadis? Pensar y actuar en tiempos de incertidumbre
Manifiesto del XXVI Congreso Católicos y Vida Pública (2024)
El dramático y, a su vez, verdadero enunciado de “Quo vadis” con el que titulamos este XXVI Congreso Católicos y Vida Pública nos confirma una ecuación inequívoca: “cuánto mayor es la pérdida de referencias permanentes, más desorden político y social existe”.
Un concepto, “pérdida de referencias permanentes”, con el que se quiere señalar el ocultamiento de todo lo que expresa la transcendencia del ser humano, así como la construcción de un orden social y político basado en la premisa más o menos explícita de “vivir como si Dios no existiera”.
Una opción definida por un craso materialismo que no pueda dejar de llevar a la civilización occidental a la decadencia, a la crisis y al desorden.
En paralelo, y de un modo acuciante, nos enfrentamos a un relativismo moral que está en el fondo de una crisis, quizá sin precedentes, que pide de los católicos un redoblado esfuerzo en la defensa de sus fundamentos: la defensa de la vida, la familia, la cultura del esfuerzo, la dignidad y la naturaleza de la persona humana.
La defensa hoy de los fundamentos cristianos de nuestra sociedad no es un ejercicio de “fundamentalismo”, sino que, por el contrario, significa ser vanguardia del debate principal del futuro de nuestras sociedades.
Existe un sentimiento de desmoralización que es la consecuencia de una cierta impotencia ante el avance y la imposición sistemática de una nueva sociedad, de un desorden social, que nunca ha sido ni explicado ni votado, sino que, por el contrario, ha sido silenciado.
Ese sentimiento de desmoralización, fruto de la crisis del valor de la verdad, de una moral objetiva y también de ánimo, impulsado por la comodidad, nos arrastra a un individualismo feroz.
De forma paradójica en Occidente, este relativismo convive con el extremismo en el ámbito político. Si el relativismo está en el fondo, en la causa de la pérdida de referencias permanentes, el extremismo tampoco es la solución a los problemas de una sociedad que necesita cohesión y fundamentos.
Si la crisis es de fundamentos, la solución de verdad estará en el fortalecimiento de los mismos, no en la búsqueda del extremo, y mucho menos en la insistencia del relativismo. Si la crisis está en la persona, la solución, de verdad, pasa por un cambio de actitud personal.
Es preciso, por tanto, que los católicos tomemos conciencia del papel que nos corresponde, convoquemos a una nueva generación y salgamos de un intento de marginación y desprecio de una moda dominante, que parece empeñada en no entender la causa de la crisis.
Tan equivocada es la consideración de que todos los católicos pensemos lo mismo en todas las cuestiones políticas, como concluir que no tenemos cohesión alguna en el ámbito público, razón por la que deberíamos abstenernos de toda toma de posición social y política.
No se trata de buscar, encontrar y apoyar una opción política partidaria, sino de enunciar y articular una estrategia o un conjunto de iniciativas, a modo de plan que contribuya a una toma de conciencia de la gravedad de la situación, conscientes de hasta qué punto los fundamentos humanistas de nuestra civilización están siendo atacados en su raíz.
Reiteramos que el papel de los católicos españoles y europeos en este ámbito resulta esencial y determinante. Si no lo impulsamos nosotros, nadie lo hará.
Por todo ello, creemos que la transformación de un catolicismo social, por lo general silencioso e irrelevante, en una minoría creativa -tal y como nos interpelaban tanto Benedicto XVI como Francisco-, constituye un reto irrenunciable de la Asociación Católica de Propagandistas y de este Congreso.
Es necesario insistir en esta tarea, sumando en la medida de lo posible a otros grupos y movimientos católicos que sientan la urgencia del momento histórico en el que nos hallamos.