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lunes, 28 de diciembre de 2020

EL DESAFÍO CRISTIANO. Por Rafael Serrano Molina


Nos acercamos al final del año. Año para olvidar, dicen muchos. Un año que Dios nos ha dado, en el que también nos ha acompañado y nos ha dado muchas gracias, tal vez, ocultas a nuestros ojos, pero que sin duda nos puede haber servido de mucho, si hemos estado atentos a la voz de Dios. “Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados” (Rm. 8, 28). Todavía, antes de terminar el año nos van a llegar noticias adversas. Ya sabemos que el Gobierno tiene previsto antes de la Navidad la aprobación definitiva de la nefasta Ley de Educación de la Ministra Celáa. A ello se añade la reciente aprobación en el Congreso de la tramitación de la ley de la eutanasia, que previsiblemente entre en vigor en los primeros meses del próximo año. El Gobierno en ninguno de ambos casos ha tenido una actitud dialogante, ha desoído a sectores de la sociedad afectados por estas leyes. En el caso de la Ley de Educación, no ha tenido sensibilidad para atender las reivindicaciones de asociaciones de padres de la enseñanza concertada y de la educación especial, no ha dialogado con profesores, ni con los titulares de centros de la enseñanza privada, ni ha oído a muchos ciudadanos e Instituciones que clamaban por la defensa de la Lengua Castellana. En cuanto a la Ley de eutanasia, tampoco ha escuchado a los Colegios de Médicos ni a otros sanitarios que rechazan esta práctica como ajena a su profesión. Mucho menos ha atendido la voz de la Iglesia Católica y de otras confesiones religiosas que consideran inmoral y rechazable la eutanasia. 

Esta realidad no puede en modo alguno desmoralizar a los cristianos, sino llevarnos a asumir el desafío de cambiar la sociedad. Cambiar la sociedad es posible. Ya lo hicieron los primeros cristianos en una sociedad pagana, como lo era la sociedad romana de los primeros siglos y además enfrentándose a la persecución y el martirio. Para hacer frente a este reto contamos con medios poderosísimos. En primer lugar contamos con la oración, siempre eficaz si nuestra fe es firme. En segundo lugar tenemos que pasar a la acción, que cada cristiano tiene que llevar a cabo según sus posibilidades, según su situación personal, según su iniciativa responsable. “Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana», en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía, y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común», que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.” No podemos olvidar tampoco la responsabilidad del cristiano que puede con su voto influir decisivamente en el curso de la vida política, como nos recuerda la NOTA DOCTRINAL de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública: “En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.”

Rafael Serrano Molina

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