Fue esa persona cercana que aproximaba la iglesia a todos, creyentes o no, y plasmaba en los pequeños detalles por qué era un sacerdote en mayúsculas. En El Faro queríamos mucho a Curro, tanto como lo respetábamos por ser un hombre cercano, accesible y siempre dispuesto a colaborar y ayudar al prójimo. Un sentimiento que no solo se sentía en esta Casa sino que era común al que lo conociera.
La noticia de su muerte genera pesar en todos los que tratamos con él. Son muchos los que hoy en silencio lamentarán haber perdido a una persona buena, a una persona que no dudó en echar horas por atender a quien se lo pedía, en convertir la labor de iglesia en algo que llegaba a todos. Así era Curro, ese sacerdote que si tenía que atender tu llamada lo hacía para presentarse de noche en la plaza de los Reyes e intentar convencer a un hombre que vivía en la calle y se negaba a ser recogido. Así era Curro, esa persona que realmente creía en la convivencia y participaba en los actos organizados porque creía en ellos. Así era Curro, quien en la Iglesia de África continuó con la atención a los inmigrantes que ya prestaba en su día el padre Béjar.
Curro, nuestro vicario, era una persona buena, una persona que se hacía querer y respetar, que se bajaba del púlpito en el que viven algunos para estar en la calle, para estar con su pueblo, para estar al lado de quien lo requería. Curro se nos ha ido dejando un recuerdo imborrable entre todos los que lo conocimos, tratamos y admiramos. Gracias Curro por haber dado una lección de humanidad diaria cuando estuviste entre nosotros. Descansa en paz.
RECEMOS POR ÉL
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