Durante la pasada semana, con motivo de la celebración del día de la Divina Misericordia, he estado releyendo la Encíclica de S. Juan Pablo II “Dives in Misericordia” (Rico en Misericordia). En ella hace el Santo Padre un recorrido por la historia de la Salvación desde el Antiguo Testamento hasta la suprema manifestación de la Misericordia Divina en Cristo muerto en la Cruz. “De este modo la cruz de Cristo, sobre la cual el Hijo consustancial al Padre, hace plena justicia a Dios, es también una revelación radical de la misericordia, es decir, del amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte”. La Santísima Virgen en su cántico Magnificat pronuncia las palabras proféticas “Su Misericordia de generación en generación”, que llegan hasta nuestros días, como un mensaje de esperanza y de seguridad de que podemos experimentar en nuestro tiempo y en nosotros la Misericordia Divina. Nuestro mundo actual está necesitado de esta Misericordia. Lo estamos viviendo en estos días especialmente por el mal de la pandemia del Covid-19.
Pone de manifiesto el Papa como ya
el Concilio Vaticano II había presentado una situación inquietante en nuestro
mundo actual, que hace plantearse “las cuestiones más fundamentales: ¿qué es el
hombre?, ¿cuál es el sentido del dolor, del mal,
de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?”. “De
ahí –añade el Papa- que aumente en nuestro mundo la sensación de amenaza…. la amenaza
no concierne únicamente a lo que los hombres pueden hacer a los hombres
valiéndose de los medios de la técnica militar; afecta también a otros muchos peligros,
que son el producto de una civilización materialista, la cual –no obstante
declaraciones <<humanísticas>> - acepta la primacía de las cosas
sobre la persona. “
“El hombre tiene precisamente miedo
de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la
posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de
la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia…Los
medios técnicos a disposición de la civilización actual ocultan, en efecto, no
sólo la posibilidad de una destrucción por vía de un conflicto militar, sino
también la posibilidad de una subyugación <<pacífica>> de los
individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que
por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios
suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos.”
En estos momentos es, pues,
necesario acogernos a la Divina Misericordia, que insistentemente nos ofrece
Jesucristo, único Mediador ante el Padre.
Para terminar sugiero una lectura
reposada, reflexiva e íntegra de la Encíclica de S. Juan Pablo II “Dives in
Misericordia”.
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