Hoy domingo 10 de mayo, la Iglesia española celebra a San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia y patrono del Clero español. Una fiesta eminentemente sacerdotal que, tradicionalmente, celebra el clero diocesano con un encuentro junto al Obispo y seminaristas.
Las circunstancias de este año hacen imposible la celebración habitual, sin embargo, como destaca Lázaro Albar, Delegado episcopal para el Clero, en esta entrevista, puede ser un momento para pensar «qué habría que arrancar y qué poner en nuestro Presbiterio para avanzar en fraternidad, comunión y santidad».
P. – En pocos días, la Iglesia celebra la fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero español, ¿cómo celebrar esta fiesta dentro del confinamiento? ¿Qué podría decir San Juan de Ávila al sacerdote de hoy, quizás más limitado pero con unas perspectivas hasta ahora poco conocidas?
L. A. – El día 10 de mayo la Iglesia celebra la fiesta de San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, Maestro y doctor de la Iglesia, patrón del clero. En torno a esta fecha los sacerdotes de nuestra diócesis de Cádiz y Ceuta nos hemos reunido en Fraternidad Sacerdotal para celebrarlo, generalmente hemos seguido el esquema de rezo de la Hora Intermedia, ponencia de algún especialista sobre algún aspecto del santo, celebración de la Eucaristía y almuerzo fraterno, toda una convivencia entrañable que este año 2020 por motivos de la pandemia que estamos padeciendo no es posible realizarlo.
Esto nos hace valorar todo lo que desarrolla los encuentros o convivencias sacerdotales que construyen la comunión y la fraternidad sacerdotal.
¿Cómo celebrar esta fiesta dentro del confinamiento?
- Orando en todas las Eucaristías que celebremos ese día por la santidad de los sacerdotes de nuestra diócesis.
- Dedicando un rato de oración con los escritos sacerdotales del santo, meditando cómo hacerlo vida.
- Pensando qué habría que arrancar y qué poner en nuestro Presbiterio para avanzar en fraternidad, comunión y santidad.
¿Qué podría decir San Juan de Ávila al sacerdote de hoy, quizás más limitado pero con unas perspectivas hasta ahora poco conocidas?
- Contemplar a todos los afectados por esta pandemia, a todos los crucificados, a todos los que han fallecido, y contemplar en ellos a Cristo Crucificado: «Levántase la Virgen para tomar a Jesucristo en sus brazos; con el dolor no podía reposar; ni descansar en pie, ni descansar sentada: “¡Dámele acá!” – “¡Oh Señora, que no sabéis lo que pedís! Mirad que no descansaréis con eso, antes se doblará vuestro dolor”. Toman el cuerpo y pónenselo en sus faldas. Toma San Juan la cabeza y la Magdalena los pies; comienzan todos a llorar tan recientemente, por una parte de ver aquel bendito cuerpo tan atormentado, por otra parte de ver las lástimas que la sacratísima Virgen hacía. ¡Oh gran dolor! ¿A quién te compararé?» (Juan Esquerda Bifet, Escritos sacerdotales, BAC, 256s.)
- Acompañar, consolar y dar esperanza.
- Llamada al arrepentimiento y conversión: «Tornando, pues, al propósito, los que esta carga tomamos sin medir nuestras fuerzas para si la podíamos llevar o no, lloremos nuestro atrevimiento; lloremos los males que hemos hecho, los malos ejemplos que hemos dado; y aún no basta esto: lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros la santidad de vida, la fuerza de la oración que era menester para ir a la mano al Señor y recabar de él misericordia y perdón en lugar de castigo; que si hubiese en la Iglesia corazones de Madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naím: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las almas de los pecadores, como a la otra le dio a su hijo vivo en el cuerpo. Abajemos, padres, nuestras cabezas, y nuestras caras se hinchan de confusión. Atraviese dura espina de dolor nuestro corazón, y pidamos perdón a Dios y al mundo de que a Él no le hemos servido conforme a la alteza y honra que nos puso, y al mundo en que no le hemos evitado muchos males y alcanzándole muchos bienes; y si nosotros fuéramos los que debiéramos, le hubiéramos librado del mal con nuestra oración y sacrificio y alcanzándole muchos bienes del cuerpo y del alma» (Ibíd., 205s).
P. – La situación actual ha llevado a una verdadera revolución de los medios pastorales ¿qué cree que permanecerá más allá del periodo de confinamiento? ¿Cree que este tiempo ha cambiado también ciertas actitudes, quizás ya rutinarias, ante la labor pastoral en las comunidades parroquiales, etc?
L. A. – Se ha acrecentado la evangelización a través de las redes sociales, retransmitido misas, rosarios, exposición del Santísimo, etc. Ha habido una llamada a la oración e interiorización, redescubrimiento del valor de la Iglesia Doméstica. Al parar la vida y la actividad, ha sido un momento de Dios para pensar en lo esencial de la vida, ver que Dios es lo absoluto de nuestra vida, que cuando se nos quitan todas nuestras seguridades a quien tenemos es a Dios. Él es lo más seguro de nuestra vida.
Hay toda una llamada a compartir los bienes de manera más generosa y solidaria, hay muchos reclamos de Cáritas, Delegación de Migraciones, Iglesia Necesitada, Misiones, etc. La crisis económica, la pérdida de puestos de trabajo, la pobreza de muchas familias, es un incentivo evangélico para practicar la caridad de forma más significativa. Así nos lo ha querido sugerir nuestro Obispo en su última Carta a los sacerdotes.
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