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miércoles, 27 de mayo de 2020

EL PASADO 15 DE MAYO, SE CELEBRÓ EL DÍA INTERNACIONAL DE LAS FAMILIAS. por Rafael Serrano




DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA - X
            El pasado viernes día 15 se celebró el “Día internacional de las Familias”. El origen de esta importante fecha se establece a partir de los años ochenta, sin embargo, es en el año 1994 cuando es proclamada como oficial gracias a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esto fue necesario, teniendo en cuenta que la familia es el núcleo central de cualquier sociedad  . La Doctrina Social de la Iglesia, como venimos exponiendo en estas notas que se publican en la Hoja Parroquial, ofrece un pensamiento coherente, sólido y práctico sobre lo que es la familia, lo que aporta a la persona humana y a la sociedad. Por ello debería ser escuchada y tenida en cuenta la voz de la Iglesia por Estados y Gobiernos que, no sin motivos, tienen seria preocupación por la familia. Sigo, pues, proponiendo algunas ideas de esta Doctrina Social sobre la familia.
            La familia es protagonista de la vida social. En primer lugar por la solidaridad que se manifiesta no sólo entre las personas que constituyen la familia, sino entre las distintas familias. La solidaridad pertenece a la familia como elemento constitutivo.
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en la pobreza, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los ancianos, a quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad, el abandono.
            Las familias pueden y deben ser también sujeto activo de la acción política, movilizándose para “procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia. En este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas” de la llamada “política familiar” y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad”, de manera que la acción política de los legisladores y del Gobierno estuviera orientada desde una perspectiva de familia. Con este fin se ha de reforzar el asociacionismo familiar.
            Por otra parte la relación que se da entre la familia y la vida económica es particularmente significativa. El dinamismo de la vida económica se desarrolla a partir de la iniciativa de las personas y se realiza en redes cada vez más amplias de producción e intercambio de bienes y servicios, que involucran de forma creciente a las familias. La familia, por tanto, debe ser considerada protagonista esencial de la vida económica, orientada  no por la lógica del mercado, sino según la lógica del compartir y de la solidaridad entre las generaciones.
            Una relación muy particular une a la familia con el trabajo. El trabajo es esencial en cuanto representa la condición que hace posible la fundación de una familia, cuyos medios de subsistencia se adquieren mediante el trabajo. La aportación que la familia puede ofrecer a la realidad del trabajo es preciosa e insustituible. Se trata de una contribución que se expresa tanto en términos económicos como a través de los vastos recursos de solidaridad que la familia posee: apoyo para quien en la familia se encuentra sin trabajo; educación en el sentido del trabajo, orientación y apoyo ante las decisiones profesionales de sus miembros.
            Para tutelar esta relación entre familia y trabajo, un elemento importante que se ha de apreciar y salvaguardar es el salario familiar, salario suficiente que permita mantener y vivir dignamente a la familia.
            En la relación entre la familia y el trabajo, una atención especial se reserva al trabajo de la mujer en la familia, que implica también las responsabilidades del hombre como marido y padre. Por tanto las labores de cuidado familiar deben ser socialmente reconocidas y valoradas, incluso económicamente. Debe así mismo ser facilitada esta atención a la familia mediante una adecuada legislación que facilite la conciliación de la vida familiar y laboral. (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. I, 2ª, 5, 246-251)

                                                                       Rafael Serrano Molina
                                                                                                                                 

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