Para facilitar la relectura de este artículo, como sugería la pasada semana, me ha parecido oportuno editarla de nuevo.
El cristiano no es –no debe ser– insensible al dolor humano, especialmente al sufrimiento de cualquier ser humano en la fase final de su existencia terrena. Cristo se nos muestra en el Evangelio misericordioso ante el sufrimiento. Ante la viuda de Naim que ha perdido a su hijo, se conmueve y se lo devuelve con vida. “Él (Jesús) da pleno sentido a la vida y a la muerte, y abre el camino al amor, la esperanza y la misericordia” (Sembradores de esperanza. Documento de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida. 50.)
La eutanasia o el suicidio asistido no es la solución al dolor. El dolor se alivia con los adecuados cuidados paliativos. La ciencia médica actual ha desarrollado extraordinariamente la especialidad de la medicina paliativa “que contempla la situación del final de la vida desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo su dignidad como persona en el marco del sufrimiento físico, psíquico, espiritual y social que el fin de la existencia humana lleva generalmente consigo.” (Id. 16) Sin embargo “la medicina paliativa no está suficientemente contemplada en la organización sanitaria española, y sería deseable que los poderes públicos reconocieran con mayor sensibilidad esa necesidad y la impulsaran decisivamente”. (Id. 17)
Esto y no una Ley de Eutanasia es lo que sería más acorde con la dignidad de la persona humana y el valor de toda vida.
Resumiendo, podríamos decir que el enfermo terminal necesita alivio en su dolor y sufrimiento, acompañamiento en su soledad, consuelo humano y espiritual. Es lo que han de procurar los profesionales de la salud y los familiares y personas cercanas al enfermo y en su caso, un sacerdote. Por ello es necesaria la presencia del Sacerdote en los Hospitales, cuya asistencia al enfermo, si éste así lo solicita, es un derecho que debe respetarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario