Después de haber dedicado los tres últimos artículos a exponer y reflexionar sobre los aspectos más lesivos y más discutidos de la LOMLOE (el proyecto de Ley de Educación de la Ministra Celáa), vuelvo a retomar el tema de la Doctrina Social de la Iglesia.
El mundo del trabajo está sufriendo actualmente una profundísima transformación, equiparable al proceso de la “revolución industrial”, que convulsionó la sociedad del siglo XIX. Aquella situación dio lugar a la Encíclica “Rerum novarum” del Papa León XIII, primera sistematización de la Doctrina Social de la Iglesia. Las novedades que están dando lugar a los actuales cambios en la organización del trabajo son:
La globalización: que permite experimentar formas nuevas de producción, trasladando las plantas de producción en áreas diferentes a aquellas en las que se toman las decisiones estratégicas y lejanas de los mercados de consumo. Una de las características de la nueva organización del trabajo es la fragmentación física del ciclo productivo, impulsada por el afán de conseguir mayor eficiencia y mayores beneficios.
Consecuencias inadmisibles de esta nueva situación, si no se establece simultáneamente la necesaria globalización de la tutela, de los derechos mínimos esenciales y de la equidad, es la explotación no sólo de los recursos naturales de países en vías de desarrollo, sino de las personas de dichos países. “Entre las violaciones que se denuncian están: sueldos míseros, horas extras excesivas, empleo de trabajo infantil, contratos laborales desventajosos, precaria asistencia en salud y seguridad, prohibición de sindicatos, entre otros.”
La innovación tecnológica: El trabajo, sobre todo en los sistemas económicos de los países más desarrollados, atraviesa una fase que marca el paso de una economía de tipo industrial a una economía esencialmente centrada en los servicios y en la innovación tecnológica.
Gracias a las innovaciones tecnológicas, el mundo del trabajo se enriquece con nuevas profesiones, mientras otras desaparecen. En la actual fase de transición se asiste a un paso continuo de trabajadores de la industria a los servicios. Mientras pierde terreno el modelo económico y social vinculado a la gran fábrica y al trabajo de una clase obrera homogénea, mejoran las perspectivas ocupacionales en el sector de los servicios, del trabajo a tiempo parcial, a actividades interinas y atípicas, es decir, formas de trabajo que no se pueden encuadrar ni como trabajo dependiente ni como autónomo.
La transición en curso significa el paso de un trabajo dependiente a tiempo determinado, entendido como puesto fijo, a un trabajo caracterizado por una pluralidad de actividades laborales; de un mundo laboral compacto, definido y reconocido, a un universo de trabajos variado, fluido, rico en promesas, pero también cargado de preguntas inquietantes, especialmente ante la creciente incertidumbre de las perspectivas de empleo, a fenómenos persistentes de desocupación estructural… Las exigencias de la competencia, de la innovación tecnológica y de la complejidad de los flujos financieros deben armonizarse con la defensa del trabajador y sus derechos.
Ante las imponentes novedades el mundo del trabajo, la Doctrina Social de la Iglesia recomienda, ante todo, evitar caer en el error de considerar que los cambios en curso suceden de modo determinista. El factor decisivo y “el árbitro” de compleja fase de cambio es una vez más el hombre, que debe seguir siendo el verdadero protagonista de su trabajo. (Compendio de la doctrina social de la Iglesia. II, c. 6, 7, nn. 310-322)
Rafael Serrano Molina
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