Este mes se cumplen 30 años de publicación de la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, de San Juan Pablo II (15 de agosto de 1990). Un documento que presenta reflexiones y ofrece lineamientos sobre la identidad de estas instituciones. Este aniversario puede ser una oportunidad para leer de nuevo esta constitución apostólica y ver el aporte que la universidad representa para la Iglesia y para el mundo del saber.
Nacida en el corazón de la Iglesia, la universidad está llamada a ser fiel a su inspiración cristiana, la cual consiste en “incluir en su búsqueda la dimensión moral, espiritual y religiosa y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana”, como dice el Papa en este documento.
No se trata de que las universidades católicas funcionen como “burbujas” donde estudiantes y funcionarios se aparten del mundo para vivir sólo con aquellos que profesan su mismo credo. El pensamiento único que busca uniformizar las conciencias y por ende, las ideas, nunca es sano. En toda universidad es necesario el debate y el disenso. Bien lo decía San Alberto Hurtado (gran santo chileno, sacerdote jesuíta y egresado de la U Católica de Chile): “La universidad debe ser el cerebro del país, el centro donde se investiga, se planea, se discute cuanto dice relación al bien común y de la humanidad”.
Es posible que, en medio de la pluralidad de pensamientos e ideas, estos campus sean espacios en los que la luz del mensaje de Cristo, y la ética que deriva de este mensaje, ilumine las diversas ramas del conocimiento, algo que puede resultar muy provechoso también para quienes no profesen la fe católica e incluso cristiana.
Es muy enriquecedor para la universidad católica tener siempre las puertas abiertas a estudiantes y profesores de diversos credos. Es importante que exista un diálogo cordial y se espera de la misma manera que quienes trabajan o estudian allí respeten aquello que profesa el catolicismo y el aporte que la Iglesia ha dado a la vida universitaria a lo largo de la historia.
San Juan Pablo II menciona en este documento algunos pilares de las universidades católicas como son la investigación, que debe buscar el diálogo entre la fe y la razón; la preocupación ética, particularmente en el campo científico y tecnológico; la formación, la cual debe “preparar personas capaces de un juicio racional y crítico, y conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana”; el servicio a la Iglesia y a la sociedad, por medio del estudio de problemas contemporáneos y la promoción de la justicia social, buscando la cooperación con diversas disciplinas académicas; el diálogo cultural entre el pensamiento cristiano y las ciencias modernas. Así la universidad católica puede ofrecer un gran aporte a una cultura impregnada de secularismo.
El documento señala que estas instituciones deben contar con un departamento de pastoral universitaria que ofrezca, tanto a los estudiantes como a profesores y funcionarios que así lo deseen, espacios para vivir y alimentar su fe (retiros, peregrinaciones, momentos de oración, preparación para los sacramentos entre otros) y donde puedan estudiar y ejercer su carrera según estas creencias. Lo ideal es que esto se traduzca en iniciativas sociales como misiones urbanas o rurales y en proyectos de índole cultural iluminados por la luz de la fe, que busquen un rico diálogo con las diferentes ramas del saber.
Vale la pena leer nuevamente la Ex Corde Ecclesiae y descubrir la actualidad que sigue cobrando este documento. Este aniversario puede ser una ocasión para que estas instituciones se renueven en la reflexión sobre la tarea de buscar nuevas estrategias para vivir “el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento”, como dijo Juan Pablo II en este documento.
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