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domingo, 23 de agosto de 2020

José María Castillo: "¿Con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos?"


"Los que mejor viven son cada día menos, al tiempo que los desamparados van en aumento, hasta el punto de que nos llevamos las manos a la cabeza porque en España han muerto treinta personas por el virus, el mismo día que, en el llamado “tercer mundo”, han muerto treinta mil de hambre y miseria"

"¿Cómo se explica que haya tanta gente que prefiere una fiesta, un botellón o una juerga, en una discoteca, aunque eso le cueste salir infestado con el virus que a todos nos asusta?"

Todos sabemos de sobra que la pandemia de el coronavirus es una amenaza, que nos causa inseguridad y pavor. Esto no necesita mucha explicación. Lo estamos viviendo.

Pero no sólo esto es lo que estamos viviendo. Además de la amenaza, quizás con más fuerza que esa misma amenaza, también estamos experimentando una experiencia que nos humaniza.

La amenaza es algo tan evidente, que todos la palpamos. La humanización, por el contrario, no está tan clara. Porque somos demasiados los que ni nos damos cuenta del desnivel tan profundo de deshumanización que estamos viviendo. Y es que no es un problema de buenos y malos. Es un problema cultural.

Hemos nacido, hemos crecido y vivimos en una sociedad y una cultura que nos mete, hasta en las venas de esta sociedad y esta cultura, hasta el convencimiento natural y espontáneo, que lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante. Porque ésos son los pilares sobre los que se edifica – según piensan muchos - lo que nos tiene que interesar a todos. Vivir con solidez y seguridad. Y tener los medios más eficaces para pasarlo lo mejor posible.

O sea, es un proyecto de vida en el que el sujeto se centra en sí mismo. Y el centro de la vida está en él mismo. Un proyecto de vida, que se alimenta de la economía, de la política, de la religión, del oficio que cada cual tiene, de la familia en la que nace, de los parientes a los que quiere tanto o de los que se avergüenza. Todo, todo, absolutamente todo, al servicio de mi buen vivir. Y el que se quede atrás, que apriete el paso.

En esta sociedad y en esta cultura, hemos nacido, nos han educado y, al servicio de este proyecto de vida, está organizado todo lo demás. No digo que todos los ciudadanos sean así y vivan así. Ni pueden ser así. Porque la consecuencia más fuerte, que se sigue de lo dicho, es precisamente la desigualdad. En esta sociedad, en la que tanta importancia tienen las libertades, inevitablemente el pez grande se come al pez chico. Y la consecuencia es que la economía, la riqueza y el bienestar se van concentrando, cada día más y más, en menos y menos privilegiados. Al tiempo que los más desgraciados crecen y crecen en más y mayor desamparo. De forma que los que mejor viven son cada día menos, al tiempo que los desamparados van en aumento, hasta el punto de que nos llevamos las manos a la cabeza porque en España han muerto treinta personas por el virus, el mismo día que, en el llamado “tercer mundo”, han muerto treinta mil de hambre y miseria.Esto no tiene pies ni cabeza. Y nosotros: ¡angustiados por la pandemia! Lo cual es perfectamente comprensible. Pero me atrevo a decir que la pandemia tiene algo positivo: ha venido a decirnos que tenemos que repensar – y repensar muy a fondo – qué cultura, qué sociedad, qué economía, qué política, qué valores, qué derecho, qué religión… qué forma de vivir (en definitiva) hemos organizado, hasta lo más natural del mundo, cuando en realidad, esto es la deshumanización más salvaje que se ha podido inventar. Y si no, ¿cómo se explica que haya tanta gente que prefiere una fiesta, un botellón o una juerga, en una discoteca, aunque eso le cueste salir infestado con el virus que a todos nos asusta?

Y ya – puestos a decir – como yo he dedicado mi vida a lo de la religión y la teología, me pregunto (impresionado y hasta asustado) cómo es posible que, ante este panorama, haya tantos clérigos (carcas y progres, de derechas, de centro y de izquierdas) que se ponen a explicar el Evangelio y yo no sé lo que dicen, pero el hecho es que demasiada gente sale de la Iglesia más tranquila en su conciencia, pero pensando como pensaba antes del sermón. Con razón se ha dicho que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar”. Y no es de fiar, porque nos afianza en el convencimiento de que lo que importa es que se acabe la pandemia, se recupere la buena vida y el lujo. Y los cientos de millones, que se mueren de hambre, que se apañen como puedan. Pero que no vengan aquí a molestar.

Y yo me pregunto: ¿con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos? Es que, ni la espantosa desgracia de la pandemia, modifica nuestra manera de pensar en cuanto se refiere a lo que nos humaniza. Y a lo que nos deshumaniza.

El futuro está claro: saldremos de la pandemia. De lo que me temo que no vamos a salir es de nuestra manera de pensar y de vivir la importancia del dinero y la recuperación del buen vivir. Por más que los más desgraciados sean más y más desgraciados cada día.    

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