El padre Miguel Mougán Guerrero -un creyente austero, intenso y tenaz- con su mirada lúcida, con su palabra crítica y con sus gestos esperanzados, con su vida, nos ha dirigido un discurso claro, amasado a diario con la oración sencilla y con el diálogo fraternal con la gente modesta: nos ha explicado la grandeza de la fe, de la solidaridad, del amor y de la coherencia.
Sacerdote, querido y respetado, ha sido para sus feligreses un amigo y un hermano mayor. Su fecunda y dilatada vida ha estado volcada en el ministerio pastoral y decantada por unos principios, valores y pautas no anecdóticos. Ha desarrollado sucesivamente sus tareas pastorales como superior y profesor del Seminario, como párroco de Santiago de La Línea de la Concepción, de Nuestra Señora del Rosario, de San Francisco Javier y Santa Cruz de Cádiz, como Arcipreste de la zona de las Puertas de Tierra y como Consiliario de la J. O. C. En todas estas "misiones" ha entregado su tiempo, sus energías, sus saberes y sus cosas generosamente, sin solicitar y sin esperar nada a cambio.
Sus palabras se apoyaban en la solidez de una preparación teológica siempre actualizada, en la libertad de la pobreza y en la convicción de que no se puede hablar de Dios a los pobres si no se pasaba con ellos los momentos más duros. Estaba convencido de que su predicación hubiera sido palabra hueca viviendo mejor que los desheredados o no corriendo los riesgos de los menesterosos. Su compromiso fue siempre servir a los pobres siguiendo los senderos ásperos de la pobreza.
Contrario a los ruidos intensos de la propaganda caduca, el padre Miguel Mougán estaba fascinado por las cosas pequeñas a las que él se afanaba para sacarles el jugo evangélico. Su radicalidad en los planteamientos pastorales -locura humana y lucidez evangélica-, la exigencia consigo mismo y su tolerancia con los demás se iluminaban y se justificaban teniendo en cuenta el carácter revolucionario de la médula evangélica.
Si, como él afirmaba, la vida discurre en una continuada interacción de la Providencia y de la libertad, podemos afirmar -haciendo un fácil juego de paradojas- que era riguroso sin rigidez, piadoso sin beatería, obediente sin sumisión y amigo de los sacerdotes. Acertado en sus juicios, auténtico en sus actitudes y controlado en sus decisiones, se proponía ser un espejo lúcido de las palabras y de los gestos de Jesús de Nazaret, por eso prefirió siempre predicar con la voz del testimonio de unos comportamientos en los que resonaban el eco reverberado de las palabras evangélicas.
Entusiasta, apasionado y, a veces, soñador, lo hemos visto, en ocasiones, con los ojos escarchados por las lágrimas. Aunque es cierto que le atraían los riesgos de las aventuras, también es verdad que, meditativo y reflexivo, buscaba los momentos de calma y de sosiego, en los que el silencio humilde de la vida le permitía escuchar las llamadas de Jesús, su maestro, y las demandas de los hombres, sus hermanos.
En contra de los planteamientos ideológicos totalitarios, de las doctrinas religiosas integristas y de los sistemas políticos excluyentes, el padre Miguel Mougán ha demostrado la necesidad de emprender la urgente tarea de abrir sendas convergentes hacia una “familia común”, la obligación de levantar puentes de intercomunicación y de abrir espacios de entendimiento. Por todo esto le agradecemos el eco de sus palabras medidas y la fuerza de su testimonio elocuente que resuenan en nuestras conciencias como testimonios y como llamadas permanentes para que aprendamos el sencillo arte de vivir juntos, de lograr la supervivencia individual y la paz colectiva en este mundo violento y sectario en el que habitamos. Que descanse en paz. (De José Antonio Hernández)
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