Hoy abordo un tema de gran actualidad como es el de la comunidad política, que la Doctrina Social de la Iglesia ilumina con la luz de la verdad que encuentra en la Palabra de Dios. La comunidad política es, sin duda, hoy día uno de los problemas que necesitan ser reorientados, ya que nuestra sociedad, individualista, ávida de poder, que ha perdido el sentido de la verdad sobre el hombre y sobre la sociedad, nos está llevando por caminos que degradan la vida de las sociedades y de las personas. No es extraño que en las encuestas se refleje como una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos "los políticos". Con mi modesta aportación deseo ofrecer esta luz de la Doctrina Social de la Iglesia sobre el tema de la Comunidad política.
“LA COMUNIDAD POLÍTICA”
La persona humana por su naturaleza es un ser social y político, es decir, necesita vivir en relación con los demás para alcanzar su plena y completa realización. Por tanto “la comunidad política” deriva de la naturaleza de las personas, cuya conciencia «descubre y manda observar estrictamente» el orden inscrito por Dios en todas sus criaturas: «se trata de una ley moral basada en la religión, la cual posee capacidad muy superior a la de cualquier otra fuerza o utilidad material para resolver los problemas de la vida individual y social, así en el interior de las naciones como en el seno de la sociedad internacional». La comunidad política, pues, realidad connatural a los hombres, existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de cada uno de sus miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el bien común, bajo el impulso de su natural inclinación a la verdad y al bien.
La comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión: ella «es, y debe ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo». El pueblo no es una multitud amorfa, una masa inerte para manipular e instrumentalizar, sino un conjunto de personas, cada una de las cuales -«en su propio puesto y según su manera propia»- tiene la posibilidad de formar su opinión acerca de la cosa pública y la libertad de expresar su sensibilidad política y hacerla valer de manera conveniente al bien común.
Cada una de las personas que constituyen el pueblo ha de ser consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. Quienes pertenecen a una comunidad política, aun estando unidos orgánicamente entre sí como pueblo, conservan, sin embargo, una insuprimible autonomía en su existencia personal y en los fines que persigue.
Lo que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir la vida y los valores, fuente de comunión espiritual y moral: «La sociedad humana tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo.» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. II, c.8, nn384-386)
Rafael Serrano Molina
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