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martes, 19 de abril de 2022

#CampañaXtantos: “Mi párroco me rescató del infierno de las drogas”

 


A sus 50 años, Tino Sanz disfruta de una segunda vida tras haber salido del mundo de las drogas y del alcohol. El camino no ha sido fácil, pero “gracias a la Iglesia, y a Dios”, ya lleva siete años limpio. “Animo a la gente a que se tome un café con su párroco”, apunta sonriente.

La historia de Faustino, Tino Sanz, de 50 años, séptimo de ocho hermanos en una familia muy humilde, ha sido una montaña rusa que sólo recientemente ha conseguido calmar. Él no tiene empacho en reconocerlo: “He visitado el infierno muchas veces”. Su padre los abandonó cuando tenía siete años. A pesar de eso, dice haber vivido una infancia “normal” y razonablemente “feliz”. En casa, su madre, muy religiosa, les inculcó valores cristianos. El joven Tino fue asiduo de campamentos de verano y grupos de encuentro y oración.

“Desde crío he querido conocer a Dios. En catequesis ya decían que era un poco raro. La verdad es que la Iglesia ha tenido un papel muy importante en mi vida. Luego, me aparté por completo. Siempre me ha gustado ir a la última, ser un moderno, y la Iglesia me sonó en un momento dado como algo antiguo. Me convertí en un ateo empedernido. Aunque he de confesar que, en el fondo de mi corazón, nunca olvidé a Dios. A veces, incluso, me escapaba a escondidas a una iglesia, el único lugar donde encontraba paz…”.

Tino no pudo ir a la universidad como soñaba. A los 18, marchó de Mallén, su pueblo, a Zaragoza a trabajar. Estudió teatro y danza. Trató infructuosamente de ganarse la vida en Madrid como actor, y de allí volvió “fracasado” y “muerto de hambre”. Luego, como objetor, hizo el servicio social sustitutorio en Xátiva. “Una monjita me enseñó la miseria humana y cómo tratar a esas personas. Yo era muy escrupuloso y, cuando había que lavarlos, me ponía guantes. Pero ella me decía: no, Tino, a nuestro Señor no le gustan los guantes. Entonces no lo entendía, lo entendí mucho después”.

“He visitado el infierno muchas veces. Sexo, drogas, pastillas… Para salir de él, no bastaron mis fuerzas. Fue Él y la Iglesia”

 

Más tarde, anduvo entre Salou, Valencia y Zaragoza, hasta que finalmente viajó a París. Allí permaneció varios años. Se ganaba la vida como camarero. “En París crucé una frontera que no hay que cruzar. Caí en el alcohol, las drogas, las pastillas… En realidad, había comenzado a consumir antes, desde muy jovencito, pero en París me hice esclavo de esas sustancias. Alcancé la cúspide cuando me dijeron que mi madre tenía alzhéimer. Aquello fue la hecatombe”, relata.

Tino volvió a Mallén con 39 años para acompañar a su madre. Fundó algunos grupos de teatro, escribió muchísimos relatos, ganó algún premio. Sintió incluso la necesidad de volver a Dios. Pero seguía enganchado. “El párroco, que sabía lo que me pasaba, nunca me juzgó, nunca me reprochó nada. Al contrario, me animó a leer las lecturas en misa, a sumarme al coro, a estudiar… ¡Hasta me dejaba las llaves de la iglesia! Me confirmé a los 40 años con ilusión, convencido…».

«Con mis fuerzas no podía. Fue mi madre la que me animó a entrar en un centro de desintoxicación. Decidí ingresar, ya con 43, para poder cuidarla. Era un 20 de noviembre, lo recuerdo bien. Miré al cielo y le pedí a Dios que me echara un cable. Él me habló. Me dijo: estate tranquilo, estoy aquí. Y ya ves, llevo siete años limpio, sin recaídas. Cuando acabé el tratamiento, el psicólogo del centro me confesó: Tino, vas a hacer que crea en los milagros. Porque quien ha logrado esto ha sido Dios, no mis fuerzas ni mi forma de pensar”, cuenta.

Tino vive hoy en El Buste (Diócesis de Tarazona), un pequeño pueblo de 31 habitantes. Ayuda al párroco en todo lo que puede, da catequesis y, además, está finalizando sus estudios de Ciencias Religiosas y el próximo curso iniciará los de Matrimonio y Familia, todo en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. “Con todos los prejuicios que yo tenía, te puedes imaginar, el Opus Dei, un tío como yo, tan maqueado… Y cuando llegué allí sólo encontré un gran abrazo. No encuentro palabras para agradecérselo”.

¿Futuro? “Me encantaría trabajar como profesor de Religión. Mucha gente necesita a Dios, todos lo necesitamos. Nadie me ha lavado el cerebro ni me ha metido ideas extrañas. Ahora veo de verdad mi propósito realizado, es cuando más soy yo. Doy gracias a la Iglesia porque, sin ella, no hubiera dejado todo aquello”.

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