Afortunadamente, me hallo de vacaciones y he podido seguir paso a paso todas las intervenciones del Papa Francisco en su viaje a Lisboa. Todas están editadas en audiovisual y por escrito. Son un soplo de vida, de reflexión, de relajo y de esperanza en un mundo tal convulso como el que vivimos, no menos convulso que otras épocas que el ser humano ha vivido, pero las convulsiones actuales son las que nos afectan por ser coetáneas a nuestra existencia.
Los discursos pronunciados estos días en Portugal son legibles para todos, creyentes o no, o miembros de diversas confesiones religiosas que quieran leer sin prejuicios unas palabras de apertura, de desazón compartida por lo que nos pasa, de temor ante un futuro incierto y desasosegante, que no es nada nuevo, porque el ser humano ha vivido siempre uncido al miedo a lo desconocido, tanto en su vida particular como en la peripecia colectiva.
Cada Papa, como cada dirigente humano de masas, tiene su propio estilo y el de Francisco no es el de un intelectual que dicta lecciones de cátedra, sino que su modo de expresarse es el de alguien que habla desde el corazón para otros corazones, dado que la convención humana ha convertido a la víscera cardíaca en metáfora del encuentro afectivo entre todos los humanos. Tampoco está mal visto, porque el corazón es la bomba que inunda de vida desde el cerebro hasta el último miembro de nuestro cuerpo.
Este argentino habla desde lo cordial, a veces repentino y espontáneo, y tiene trances, como lo de olvidarse de las gafas necesarias en ciertas edades, que le bajan del trono y lo acercan a quienes están sentados en los sitios dispuestos en el protocolo.
Mi invitación de hoy es una animación a la gente de buena voluntad que tenga unos minutos para leer las intervenciones de su viaje a Portugal, como Juan XXIII dirigió por primera vez un escrito no sólo pensando en los católicos, sino a todos los seres humanos de buena voluntad.
Ya sé que, paradójicamente, hay católicos a los que Francisco no gusta, como hubo católicos que huyeron del mensaje social de la "Rerum Novarum" de León XIII, e, incluso en España, hubo algún Obispo que pidió rezos por la conversión del Papa, hay católicos que creen tenerlo todo claro, y desconfían de un Papa que abre ventanas a todos, tanto a los seguros y fieles como a los desterrados, a los atónitos, a quienes no acaban de conocerse a sí mismos y qué hacer de sus vidas, a quienes creen que no creen en nada, y a todos ellos este argentino no les obliga, sino que incita a preguntarse desde la perplejidad de cada cual, y acercarse tranquila y lentamente a un mensaje que puede dar sentido a sus preguntas y respuestas a las mismas. Hay ya muchos que, presumiendo de católicos ortodoxos, no necesitan de pregunta alguna, porque ya poseen todas las respuestas como un tesoro particular.
Doy gracias a Francisco por los ratos de lectura que me ha brindado de sus intervenciones portuguesas. En medio del bochornoso calor que nos envuelve, he percibido una brisa de aire fresco.
Gracias.
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