específicos manteniendo relaciones de
colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien común, y
que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas en las que sus miembros
sean considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar parte acti-
va en dichas comunidades.”
Trabajo y propiedad privada.
El Magisterio social de la Iglesia estructura la relación entre trabajo y capital
también respecto a la institución de la
propiedad privada, al derecho y al uso de
ésta.
La propiedad privada es un elemento
esencial de una política económica auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social. La doctrina social postula que la propiedad de los
bienes sea accesible a todos por igual.
Pero “la tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada
como absoluto e intocable.”. el derecho a
la propiedad privada está subordinado al
principio del destino universal de los bienes.
La propiedad privada y pública, así
como los diversos mecanismos del sistema económico, deben estar predispuestas
para garantizar una economía al servicio
del hombre, de manera que contribuyan a
poner en práctica el principio del destino
universal de los bienes.
El descanso festivo
El descanso festivo es un derecho. “El
día séptimo cesó Dios de toda la tarea que
había hecho (Gen. 2,2): también los hombres creados a su imagen, deben gozar del
descanso y tiempo libre para poder atender a la vida familiar, cultural, social y
religiosa. A esto contribuye la institución
del día del Señor. Los creyentes, durante
el domingo y en los demás días festivos
de precepto, deben abstenerse de
“trabajos o actividades que impidan el
debido culto a Dios, la alegría propia del
día del Señor, la práctica de las obras de
misericordia y el descanso necesario del
espíritu y del cuerpo”. (Compendio de
Doctrina Social de la Iglesia. II, c.6,
nn.281-286)
Es muy recomendable releer la Carta
Apostólica Dies Domini de San Juan Pa-
blo II, de 31 de mayo de 1998 en relación
al tema del descanso dominical: “hasta
un pasado relativamente reciente, la
«santificación» del domingo estaba favorecida, en los Países de tradición cristiana,
por una amplia participación popular y
casi por la organización misma de la sociedad civil, que preveía el descanso dominical como punto fijo en las normas
sobre las diversas actividades laborales.
Pero hoy, en los mismos Países en los que
las leyes establecen el carácter festivo de
este día, la evolución de las condiciones
socioeconómicas a menudo ha terminado
por modificar profundamente los comportamientos colectivos y por consiguiente la
fisonomía del domingo. Se ha consolida-
do ampliamente la práctica del «fin de
semana», entendido como tiempo semanal
de reposo, vivido a veces lejos de la vivienda habitual, y caracterizado a menudo
por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con
los días festivos. Se trata de un fenómeno
social y cultural que tiene ciertamente
elementos positivos en la medida en que
puede contribuir al respeto de valores auténticos, al desarrollo humano y al progreso de la vida social en su conjunto. Responde no sólo a la necesidad de descanso,
sino también a la exigencia de «hacer
fiesta», propia del ser humano. Por des-
gracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro
«fin de semana», puede suceder que el
hombre quede encerrado en un horizonte
tan restringido que no le permite ya ver el
«cielo». Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de «hacer
fiesta»[7].
A los discípulos de Cristo se pide de to-
dos modos que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con
el «fin de semana», entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso
o diversión. A este respecto, urge una auténtica madurez espiritual que ayude a los
cristianos a «ser ellos mismos», en plena
coherencia con el don de la fe, dispuestos
siempre a dar razón de la esperanza que
hay en ellos (cf. 1 P 3,15). Esto ha de significar también una comprensión más pro-
funda del domingo, para vivirlo, incluso
en situaciones difíciles, con plena docilidad al Espíritu Santo.
6.Ante este panorama de nuevas situaciones y sus consiguientes interrogantes, pa-
rece necesario más que nunca recuperar
las motivaciones doctrinales profundas
que son la base del precepto eclesial, para
que todos los fieles vean muy claro el va-
lor irrenunciable del domingo en la vida cristiana.“
Rafael Serrano Molina
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