El 1 de octubre es el día designado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como Día Internacional de las Personas de Edad. Es una buena ocasión para prestar atención a la realidad de hombres y mujeres de 65 o más años. Sea cual sea nuestra actual edad, el día nos invita a tomar conciencia de la continuidad de la vida humana y a superar prejuicios y desenmascarar concepciones que la infravaloran en su última etapa, o que incluso separan y enfrentan a las distintas generaciones.
Dialogar con muchas personas de edad, “mayores” o veteranas de la vida, permite constatar que existe el peligro cierto de que nuestra sociedad margine a las personas cuando envejecen, rechazando a las que ya “no producen”, o plantean “un problema de recursos”, o “no siguen los ritmos de las innovaciones”, etcétera. En medio de una cultura que valora cada vez de forma más superficial sólo “lo nuevo”, “lo útil” y “lo joven”, la persona mayor va perdiendo aprecio social, e incluso llega a ser considerada un estorbo por algunos, de forma más o menos explícita.
Afortunadamente, numerosas instituciones ofrecen posibilidades de encuentro y asistencia a los mayores. Normalmente tienen como objetivo favorecer una vejez “activa”. Y es positivo todo lo que contribuye al desarrollo, pero sin reducirlo a simple bienestar material. El ser humano sólo es respetado en su dignidad cuando consideramos unitariamente todas sus dimensiones. Si existe auténtico respeto, entre vejez y espiritualidad existe un vínculo que no puede negarse, ni relegarse.
Conforme envejecemos, necesitamos tomar conciencia de esta nueva realidad vital, con sus limitaciones y posibilidades. Necesitamos ir al fondo de nuestra humanidad. Elevar la mirada. Buscar la verdad. Afrontar la trascendencia. La tercera edad, o la vejez, o la ancianidad, tiene un papel singular que desempeñar en el conjunto de nuestra vida personal y de cara a los demás. Merece vivirse con plenitud, no como una simple prolongación de la existencia, ni mucho menos como un tiempo vacío de sentido o que deba disimularse ante los demás.
Una vida larga es un don divino que permite atesorar una experiencia siempre valiosa, ofrece amplitud de horizonte y favorece una sabiduría de vida que debe ser reconocida, cultivada y transmitida como verdadera riqueza para la familia y para todas las generaciones. Nuestra sociedad debe procurarlo. Nunca más personas solas, arrinconadas, minusvaloradas o silenciadas por su mayor edad.
Los mayores de hoy y de mañana esperan que la sociedad les reconozca su esfuerzo y su servicio. Esperan que se les respete y se reciba su legado. No sólo el patrimonio material que han labrado, también el patrimonio histórico, cultural y espiritual que aportan. Desean seguir participando y que los acompañemos y abracemos en la dignidad de su edad.
Feliz día a todas las generaciones actuales y futuras de personas mayores. Gracias por vuestra luz y fe, por vuestro espléndido desgaste y vuestro amor. Que Dios os bendiga.
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