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lunes, 23 de agosto de 2021

La Cruz retirada del Monte del Gozo. Por José Francisco Serrano Oceja

Parece que la noticia había pasado inadvertida hace dos semana. Hace meses, quizá en tiempos de pandemia intelectual, la Xunta de Galicia retiró el Monumento a san Juan Pablo II del Monte del Gozo: una escultura, a modo de contemporáneo cruceiro, obra de la artista brasileña Yolanda D´Augsburg Rodrigues (Río de Janeiro, 1942). Los responsables políticos gallegos, en privado, han ofrecido una serie de rocambolescas excusas. Las placas con escenas de la visita del Papa están depositadas en el suelo. De las autoridades religiosas gallegas, que se supone debían sentirse concernidas, nada se sabe.

Resulta preocupante la obsesión que le ha entrado a algunos políticos españoles, también ahora del PP, por retirar las cruces. Al margen del simbolismo de esta infausta costumbre, que solo se parará con el rechazo y la reacción de quienes consideran la cruz un símbolo de la reconciliación universal, el caso del monumento a san Juan Pablo II en el Monte del Gozo es preocupante. ¿Estamos ante un proceso de desamortización del sentido cristiano del Camino de Santiago? No pocas personas hacen el Camino como vía de interioridad, incluso cultural, sin pretensión apostólica. Negar que la raíz y la razón de este Camino está en la propuesta espiritual de la peregrinación, según la forma histórica católica, es condenarlo a su irrelevancia. He aquí algunos datos de la reciente historia. En el Año Santo de 1982 se expidieron 700 Compostelas. El siguiente, una vez que san Juan Pablo II presidió la IV Jornada Mundial de la Juventud en 1989, se firmaron en torno a 400.000 mil.

Recomendaría, si no lo han hecho, que los responsables de esa decisión lean el discurso de don Marcelino Oreja Aguirre, del pasado mes de junio, en la Academia de Ciencias Morales y Políticas «Memorias de un peregrino del Camino de Santiago en el año 2021». Allí dijo: «La verdadera esencia del europeo reside en la fe en la que se apoyaron los pueblos capaces de redescubrir desde ella las armas, no violentas, de los valores que reflejan la dignidad de la persona humana». De eso habló allí san Juan Pablo II.

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