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sábado, 28 de agosto de 2021

Catolicismo, talibanismo y debates históricos «woke». Por Alejandro Rodríguez de la Peña


 

Como suele ocurrir, un acontecimiento importante de la actualidad (500 aniversario de la Conquista de México, Caída de Kabul en manos de los Talibán…) lleva a periodistas y tuiteros a opinar sobre cuestiones históricas relacionadas (o no) con ese episodio. En muchas ocasiones, demasiadas, se hacen analogías y extrapolaciones que adolecen de presentismo, anacronismo y, lo que es peor, memoria selectiva. Vemos, por ejemplo, como en los medios y las redes sociales llaman a la OTAN a intervenir en Afganistán para frenar a los inhumanos Talibanes haciendo infumables analogías con «un retorno al Medievo»·, ignorando que la doctrina Talibán procede de hecho de escuelas islámicas de la Edad Contemporánea. Son los mismos que, en un lamentable ejercicio de incoherencia, lamentan con gran pesar la Conquista española de México que puso fin a un ‘Imperio caníbal’ que practicaba sacrificios humanos a un ritmo de decenas de millares al año.

En todo caso, lo que resulta llamativo es que, en las más de las ocasiones este tipo de analogías y abusos de la memoria demagógicos tienen que ver con el odio a la religión: sobre todo, con la cristianofobia (muy presente en ámbitos mediáticos) y, en mucha menor medida, la islamofobia. De este modo, leemos barbaridades como que el velo de las monjas (fruto de la libertad de conciencia) es tan ‘talibán’ como el burka (opresivo para la mujer), que la Cristiandad tridentina y el infierno talibán son más o menos lo mismo, o que la religión es la principal causa de violencia política a lo largo de la historia (falacia inaudita que defienden no pocos opinadores que parecen no haber oído.

Ya con una mayor seriedad, pero no menor sesgo sectario, dependiendo del color político o religioso se hace hincapié en los aspectos más violentos de la Reconquista española y de la Conquista de América y se silencian sus impresionantes logros culturales o se orillan los sacrificios humanos aztecas o la persecución de los cristianos de Al-Andalus. Del mismo modo, se subrayan los grandes logros culturales de la Roma clásica y el Islam medieval y se pasa de puntillas sobre la inhumana brutalidad de sus ejércitos con las poblaciones civiles de los territorios que sometieron. En este sentido, leyendo algunos artículos, pareciera como si el Islam hubiera llegado a España en el año 711 en misión de paz y no como conquistadores a sangre y fuego (varias ciudades completamente arrasadas, decenas de miles de esclavos hispano-godos vendidos en los mercados de Oriente…)

En definitiva, si uno de los dos sectores en la batalla cultural saca a relucir algún aspecto positivo de la civilización a reivindicar, el otro lo acusa de ‘blanqueamiento’ y viceversa. Esta memoria selectiva impide todo debate sano y lo mezcla todo. Uno puede defender la superioridad cultural o ética de una civilización sobre otra sin necesidad de silenciar sus aspectos negativos o positivos, pues toda cultura histórica los tiene. En los voceros mediáticos de aquella parte de la Izquierda que ha hecho de la cristianofobia y de una memoria histórica del rencor su santo y seña este fenómeno resulta singularmente acusado. Entrar en la batalla cultural para explicar y argumentar con rigor histórico las luces del inmenso legado cristiano, en lo espiritual, lo social y lo cultural, es quizá la principal labor que los humanistas católicos tenemos hoy ante nosotros.ENLACE AL ARTÍCULO

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