Hay muchos jóvenes que cuando aprenden a rezar el Rosario les acompaña durante el día, y avanzan en su fe porque viven así en presencia de Dios. Muchas personas lo rezan al levantarse o al acostarse, otros mientras viajan en coche o en autobús desplazándose a trabajar, otros en su parroquia o comunidad. Os invito, por tanto, a perseverar y a rezarlo unidos y constantes. Hay familias que lo rezan juntos, pero tendrían que hacerlo muchas más. Deberían iniciarse aún otros muchos, de modo que rezando juntos estuviese presente siempre la oración en sus casas. Y se debería rezar en todas las parroquias, antes o después de alguna misa concurrida. Nuestro amor a la Virgen llega al Corazón de Cristo, pero, sobre todo, se transforma en tantas bendiciones con las que Dios nos hace crecer en gozo y en paz.
“Quien predica a Dios que sea hombre de Dios”, se solía decir. La Virgen nos invita a hacerlo desgranando cada misterio del rosario para compenetrarnos más y más con ella que sigue en todo al Señor; nos anima a meditar estas cosas y rumiarlas en el silencio del diálogo con Dios; va por delante de nosotros aceptando la voluntad de Dios y animándonos, como en las bodas de Caná de Galilea: “haced lo que El os diga”.
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