Hoy 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, celebramos la Jornada por la Vida.
Custodios de la vida» es el lema de este año que pretende explicar que la vida es un bien fundamental para el hombre, sin el cual no cabe la existencia ni el disfrute de los demás bienes. Pero en la sociedad actual avanza la cultura de la muerte, como puede verse en la aprobada Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Ante esta cultura de la muerte, los cristianos «debemos ser custodios de la vida» porque, como afirmaba San Juan Pablo II, «la vida es siempre un bien».
Muchos defienden como criterios para no respetar la vida razones de bienestar o de utilidad, descartando a cuantos no cumplen estos parámetros y por falsa compasión, puro sentimentalismo e interés particular. Pero nuestra respuesta ha de tener en cuenta la verdad y la dignidad de la persona humana, y adherirse a la verdad buscando el bien. La vida humana vale en sí misma y no está ligada al vigor físico, ni a la juventud, ni a la salud física o psíquica. Es un bien fundamental para el hombre, sin el cual no cabe la existencia ni el disfrute de los demás bienes, por lo que no procede conceder un peso determinante a categorías como útil, inútil, gravoso, deseado, no deseado, etc. Provocar la muerte no es la solución a ninguna situación por conflictiva que sea. Nunca, en ninguna situación, tanto en la fase inicial y embrionaria de la vida humana, como en su final. “La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es a no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza” (Conferencia EE, Declaración del 11 diciembre 2020).
Cada persona ha de ser considerada siempre como un fin en sí misma y nunca como un medio para otros fines. Toda vida humana es digna y merecedora de protección y respeto, y su valor no puede medirse por la satisfacción subjetiva que produce ni por su nivel de bienestar.
La vida es un don que Dios da, fruto de un amor infinito, con amor eterno. Y la vida humana ha sido enaltecida a lo más alto cuando el mismo Hijo de Dios se hace hombre. La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta «la acción creadora de Dios» y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano. Debemos, por tanto, proclamar el Evangelio de la Vida, promover iniciativas en defensa de la vida humana, desde su nacimiento hasta su muerte natural, ofrecer apoyo integral a las mujeres gestantes, sobre todo a las que experimentan dificultades en su embarazo, defender y apoyar las muchas iniciativas que algunos, con valentía creativa, llevan a cabo para promover la cultura de la vida. Gracias a los que cuidan con tanto cariño y generosidad a los mayores y a los enfermos terminales, evitando así que sientan que son una molestia y que se planteen la eutanasia como una salida. Recordemos que «incurable, de hecho, no es nunca sinónimo de “in-cuidable”.
Es necesario que profundicemos también en los motivos por los que queremos custodiar la vida, que no solo vienen de nuestra fe, sino de la evidencia científica. De este modo podremos justificar y vivir nuestra postura e instaurar la cultura del cuidado, que se dirige también a las personas de buena voluntad. La fe nos deja ver el sentido de la vida (propia y ajena), su dignidad, su valor inviolable y eterno y anunciar que somos valiosos para Dios que nos ama. “El Hijo de Dios, en su encarnación nos invite a la revolución de la ternura” (EG 88) que hoy pedimos a Dios. Hay que perder el miedo a vivir, a luchar, a defender la vida y combatir la cultura del “descarte”, a sufrir, en una palabra, a amar. Es el camino del Señor para que nos acerquemos a Dios hecho hombre y aceptemos totalmente y con entrega nuestra propia vida humana con todas sus consecuencias.
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