“La visión bíblica, que examinamos la semana pasada, inspira las actitudes de los cristianos respecto al uso de la tierra y al desarrollo de la ciencia y de la técnica. En el Concilio Vaticano II se reconocen los progresos realizados gracias a la aplicación incesante del ingenio humano a lo largo de los siglos, en las ciencias empíricas, en la técnica y en las disciplinas liberales. El hombre <<en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza>>. El Concilio enseña que <<la actividad humana para lograr mejores condiciones de vida, considerada en sí misma, responde a la voluntad de Dios>>.
Los resultados de la ciencia y de la técnica son, en sí mismos, positivos; los cristianos estamos persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio>>. Los Padres Conciliares subrayan también el hecho de que <<cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva>>, y que toda la actividad humana debe encaminarse, según el designio de Dios y su voluntad, al bien de la humanidad. El Magisterio ha subrayado que la Iglesia católica no se opone en modo alguno al progreso, al contrario, considera <<la ciencia y la tecnología un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios, ella nos ha proporcionado estupendas posibilidades y nos hemos beneficiado de ellas agradecidamente>>. Las consideraciones del Magisterio sobre la ciencia y la tecnología en general, se extienden también en sus aplicaciones al medio ambiente y a la agricultura. La Iglesia aprecia las ventajas que resultan del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria. En efecto, <<la técnica podría constituirse si se aplicara rectamente, en un valioso instrumento para resolver graves problemas, comenzando por el hambre y la enfermedad, mediante la producción de variedades de plantas más avanzadas y resistentes y de muy útiles medicamentos>>.”
En las actuales circunstancias de pandemia hemos constatado con alivio y agradecimiento el ingente esfuerzo de los científicos para conseguir en un tiempo record una vacuna contra el virus. Es una ocasión más para agradecer a Dios el poder que ha dado a los hombres para, según su voluntad, dominar la naturaleza en beneficio del propio hombre.
“Es importante, sin embargo, reafirmar el concepto de <<recta aplicación>>, porque <<sabemos que este potencial no es neutral: puede ser usado tanto para el progreso del hombre como para su degradación>>. Por esta razón, <<es necesario mantener una actitud de prudencia y analizar con ojo atento la naturaleza, la finalidad y los modos de las diversas formas de tecnología aplicada>>. Los científicos, pues, deben <<utilizar verdaderamente su investigación y su capacidad técnica para el servicio de la humanidad>>, sabiendo subordinarlas <<a los principios morales que respetan y realizan en su plenitud la dignidad del hombre>>.
Punto central de referencia para toda aplicación científica y técnica es el respeto del hombre, que debe ir acompañado por una necesaria actitud de respeto hacia las demás criaturas vivientes. En este sentido, las formidables posibilidades de la investigación biológica suscitan profunda inquietud, ya que << no se ha llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la naturaleza por una indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y formas de vida animal, por no hablar de inaceptables intervenciones sobre los orígenes de la misma vida humana>>.
El hombre, pues, no debe olvidar que <<su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios>>. No debe <<disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dado por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar>>. Cuando se comporta de este modo, <<en vez de desempeñar el papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él>>.
Si el hombre interviene sobre la naturaleza sin abusar de ella ni dañarla, se puede decir que <<interviene no para modificar la naturaleza, sino para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia II, c. 10, nn. 456-460)
Rafael Serrano Molina.
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