Felizmente y, gracias a Dios, estamos
superando los momentos más crudos de la
pandemia del COVID-19, aunque debemos mantener una prudente vigilancia
para evitar, en cuanto podamos un rebrote
de los contagios. Hemos pasado momentos de verdadero miedo, a veces incluso
un tanto irracional. Hemos sentido la
amenaza del contagio a nuestro lado, tras
la puerta y en el vecino. Hemos aplaudido
la entrega de sanitarios, personas de servicios básicos, Policías, Cuerpos y Fuerzas
de Seguridad del Estado. Esta situación
nos ha hecho más conscientes de nuestra
fragilidad y de las limitaciones de nuestra
naturaleza. Pero no podemos olvidarnos
del pasado sin asimilar su enseñanza de
cara al futuro, y cuestionarnos nuestra
actitud ante grandes males que pesan sobre nuestro mundo, porque esta pandemia
la hemos conocido y sentido muy de cerca
como una amenaza personal, pero llevamos toda nuestra vida conviviendo con
“otras pandemias”, a las que no nos hemos enfrentado personalmente, pero que
han estado durante años y años causando
millones de víctimas.
En el año 2019, según Worldometer,
se produjeron en el mundo más de 42,3
millones de abortos. El coronavirus, en el
tiempo que redacto este escrito, ha causado 467.000 víctimas. Otras enfermedades
prevenibles o curables como la malaria,
600.000 muertes al año, según la Organización Médica Mundial. Enfermedades de
carácter diarreico, principalmente debido
a las malas condiciones del agua a la que
tienen acceso muchas poblaciones en países del tercer mundo causaron en 2017
1,6 millones de muertes. Y, aunque en
menores proporciones, otras enfermedades que se podrían prevenir con planes de
vacunación bien desarrollados también
han causado muchas muertes evitables,
como el sarampión, la difteria,…
No podemos olvidar tampoco otra grave
“pandemia” que en este siglo XXI y en
países desarrollado se está incrementando
cada día, me refiero al suicidio, con cerca
de 800.000 muertes cada año, y lo que es
más preocupante con una gran incidencia
entre los jóvenes, llegando a ser la 3ª causa de muerte de los jóvenes entre los 15 y
los 19 años.
Como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante estas realidades. Por
eso creo que debemos preguntarnos qué
estamos haciendo para cambiar esta situación. Podemos, por ejemplo, preguntarnos
si nos manifestamos abiertamente defensores de la vida desde su concepción hasta
la muerte natural, si apoyamos y colaboramos, según nuestras posibilidades, tanto
difundiendo el derecho fundamental a la
vida, como contribuyendo económicamente o personalmente con Asociaciones
que defienden el derecho a la vida. Tenemos que plantearnos si nos estamos concienciando de las crisis humanitarias y
sanitarias en países del tercer mundo e
incluso países en vías de desarrollo y qué
estamos aportando a la solución de estas
crisis, por ejemplo a través de aportaciones a instituciones que están desarrollando programas de ayuda y planes de desarrollo en estos países, como Cáritas, Manos Unidas y otras. Estamos, precisamente en fechas en las que podemos hacer una
aportación a través de nuestra declaración
de la renta, marcando la casilla de Asignación Tributaria a la Iglesia Católica y la
de otras Asociaciones con fines sociales.
Creo que es la hora de la solidaridad.
Rafael Serrano Molina
No hay comentarios:
Publicar un comentario