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lunes, 22 de junio de 2020

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. La Dignidad del trabajo. Por Rafael Serrano

“El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según el mandato del Creador. En sentido subjetivo es el actuar del hombre, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal. 
Como persona el hombre es, pues, sujeto del trabajo. “El trabajo en sentido objetivo varía incesantemente en sus modalidades según las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas. El trabajo en sentido subjetivo se configura como su dimensión estable, porque no depende de lo que el hombre realiza concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y exclusivamente de su dignidad de ser personal.” Por ello es tan digno el trabajo de un catedrático de universidad, como el de un funcionario de correos; el de una Ministra como el de una ama de casa e igualmente cualquier otro trabajo honesto. “La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. 
Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intente reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a valor exclusivamente material desnaturaliza la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana. La persona es la medida de la dignidad del trabajo. “El trabajo no solamente procede de la persona, sino que está también esencialmente ordenado a ella. Independientemente de su contenido objetivo, el trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el hombre. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.” 
“El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo no se puede valorar justamente si no se tiene en cuenta su naturaleza social, <>” “El trabajo es también una obligación. El hombre debe trabajar porque el Creador se lo ha ordenado y porque debe responder a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo es una obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la nación y toda la familia humana de la que es miembro: somos herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro de todos los hombres que vivirán después de nosotros. “ (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia II, c.6 n270-275) 
Rafael Serrano Molina

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