“El trabajo humano tiene una doble
dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido
objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el
hombre se sirve para producir, para dominar
la tierra, según el mandato del Creador. En
sentido subjetivo es el actuar del hombre, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal.
Como
persona el hombre es, pues, sujeto del
trabajo. “El trabajo en sentido objetivo
varía incesantemente en sus modalidades
según las condiciones técnicas, culturales,
sociales y políticas. El trabajo en sentido
subjetivo se configura como su dimensión
estable, porque no depende de lo que el
hombre realiza concretamente, ni del tipo
de actividad que ejercita, sino sólo y exclusivamente de su dignidad de ser personal.” Por ello es tan digno el trabajo de
un catedrático de universidad, como el de
un funcionario de correos; el de una Ministra como el de una ama de casa e igualmente cualquier otro trabajo honesto.
“La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide
considerarlo como una simple mercancía
o un elemento impersonal de la organización productiva.
Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intente
reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a valor exclusivamente
material desnaturaliza la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana. La persona
es la medida de la dignidad del trabajo. “El trabajo no solamente procede
de la persona, sino que está también
esencialmente ordenado a ella. Independientemente de su contenido objetivo, el
trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la finalidad del
trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el
hombre. El trabajo es para el hombre y
no el hombre para el trabajo.”
“El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El
trabajo no se puede valorar justamente si
no se tiene en cuenta su naturaleza social,
<>”
“El trabajo es también una obligación. El hombre debe trabajar porque el
Creador se lo ha ordenado y porque debe
responder a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo es una obligación moral
con respecto al prójimo, que es en primer
lugar la propia familia, pero también la
sociedad a la que pertenece; la nación y
toda la familia humana de la que es
miembro: somos herederos del trabajo de
generaciones y, a la vez, artífices del futuro de todos los hombres que vivirán después de nosotros. “ (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia II, c.6 n270-275)
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