Querida Comunidad Diocesana
Una vez que concluimos el tiempo de Cuaresma, vamos a vivir la semana más importante del año para la Iglesia. Todos los bautizados somos llamados a celebrar, de manera consciente y profunda, la pasión de nuestro Señor Jesucristo, su muerte y resurrección.
En la tarde del Jueves Santo, la Comunidad Cristiana se reúne para celebrar los Oficios de la Cena del Señor. Somos convocados para unirnos a Él en la memoria de los últimos momentos de Jesús con sus discípulos. El Pan y el Vino, cuerpo y sangre del Señor, toman gran protagonismo en sus gestos y quedan para siempre como la presencia de Jesús entre sus discípulos de todos los tiempos. Y con el don del Pan y el Vino, Jesús nos deja otro gesto muy suyo, potente, inspirador: el lavatorio de los pies.
Dejadme reflexionar una vez más con vosotros sobre este hecho concreto que tiene lugar en la tarde del Jueves Santo, durante los Oficios de la Cena del Señor. La Iglesia se hace catecúmena en el Cenáculo para contemplar al Señor junto a sus discípulos en Jerusalén realizando este gesto sorprendente y de vital importancia. Jesús nos ofrece una catequesis plástica, a modo de testamento, que persigue quedar grabada en la mente y en el corazón de sus discípulos. Las últimas palabras, los últimos gestos realizados antes de una despedida, se recuerdan para siempre. Antes de ser traicionado, apurando su presencia histórica entre los suyos, dolorosamente consciente del precio que iba a pagar por su amor, Jesús quiso ser recordado para siempre no con discursos, no con reflexiones, sino con un gesto sencillo, fácil de comprender y de copiar por sus amigos en sus vidas: lavar los pies a los demás, servirles, entregarse con humildad humanizadora.
En el Cenáculo se nos abre la oportunidad continua de aprender a buscar el bien sin límites, podemos renovar un amor universal sin excepciones, superando nuestros miedos, nuestros rencores, nuestras heridas, nuestro egoísmo, nuestro pasado. El amor que Jesús tiene por nosotros es personalizado. Jesús nos conoce, nos llama por su nombre, nos sienta a su mesa, quiere nuestra amistad y desea construirla sobre la intimidad y la afinidad personal. Este es el camino de aproximación que nos deja para alcanzarle: nos lava los pies porque quiere que también nosotros hagamos lo mismo con los demás, siguiéndole en su ejemplo es como creamos el vínculo con Él.
La imagen que nos deja el Evangelio de San Juan es muy clara. Jesús se abaja para ser como un esclavo, altera lo establecido y asume el papel de un siervo. No caben muchas interpretaciones. Su proceder nos dice que si queremos tener parte con Él, si queremos contarnos entre sus amigos, somos llamados al servicio, a la entrega generosa, a donarnos a los demás.
En la tarde del Jueves Santo, Jesús ha instituido la Eucaristía para que sea siempre el momento y el lugar privilegiado y central de nuestro ser cristiano y de nuestro ser Iglesia. Desde el principio, la Eucaristía va unida al servicio a los hermanos. Jesús une los gestos de partir y repartir el pan y el gesto de lavar los pies como signo de vivir entregados al amor y a los hermanos. Separar la Eucaristía del servicio es devaluar y negar el mandato de Jesús de hacer esto en memoria suya.
El amor de Jesús se distingue del amor tal como lo entiende el mundo. Es verdad que también somos llamados a amar a la familia, a los amigos, a los nuestros, pero eso también lo hacen los no creyentes. El amor de los seguidores de Jesús, de los que creemos en Él, tal como el Evangelio nos lo enseña, consiste en amar a los más difíciles de amar, a los que el mundo ha apartado, como dice el papa Francisco, a las víctimas de la “cultura del descarte”, los pobres y sencillos, buscar el bien de quien no nos quiere, incluso nos odia y nos desprecia o nos persigue y cuántas formas hay hoy de perseguir y ensañarse con el hermano… Miremos el amor de Jesús, limpio, fraterno, desmedido. Llevarlo a la práctica sin excepción es nuestra señal.
En este Jueves Santo, nuestra Iglesia particular, a través de Cáritas Diocesana, nos pide que hagamos realidad este amor siendo generosos con los más pobres, con los que tienen problemas, excluidos de nuestra sociedad y sin embargo preferidos de Jesús. Al comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Jesús hacemos nuestro su servicio a los más pobres. Él está presente en ellos tal como nos lo dejó dicho: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Cada Jueves Santo, en el transcurso de la Cena del Señor Cáritas Diocesana nos ofrece la colecta para poder sostener los proyectos de promoción que desarrolla en nuestra Diocesis. Con vuestro esfuerzo conjunto de compartir los bienes, Cáritas Diocesana emprende acciones que van más allá de la mera asistencia y abren caminos de restauración, de mejora y autonomía personal, de progreso y desarrollo humano. Familias desgastadas tras estos años de crisis, hombres y mujeres que buscan un empleo con el que ganarse la vida, o que teniéndolo incluso, son tan precarias sus condiciones laborales que no pueden mantener a sus hijos, personas que se encuentran sin hogar y tantas otras necesidades que Cáritas busca aliviar… Esta colecta es fundamental para que Cáritas, en nombre de toda la Iglesia Diocesana, sea signo del amor de Dios en el mundo, de una Iglesia que anuncia el Evangelio, celebra su fe sirviendo a los pobres como si del mismo Cristo en persona se tratara.
El lema que Cáritas Diocesana nos ofrece para esta jornada “Por las obras nos conocerán. Tu generosidad mejora el mundo” nos invita a que pasemos a la acción. No nos quedemos en la buena intención. Caminemos de la sensibilidad ante el sufrimiento a la verdadera compasión y la misericordia. Que el Evangelio pueda leerse también en nuestros actos. Que nuestras palabras estén acompañadas de gestos concretos y efectivos de amor, pues son las obras las que dan coherencia a nuestro mensaje y las que visibilizan, ante el mundo, el compromiso y la dedicación de la Iglesia por la construcción de un mundo mejor.
Tengamos presente las palabras del papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma: “Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.
Pidamos al Señor, por la intercesión de Santa María, Madre del Señor, que nuestro corazón de piedra se transforme en corazón de carne, desprendido y confiado, para salir al encuentro de los demás y construir entre todos una sociedad más justa, desde abajo, empezando por nosotros mismos.
P. Alfonso Gutiérrez Estudillo, Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana
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