El paisaje de una familia o de la vida de la Iglesia, que a veces puede ser como una fructífera primavera, otras veces aparece como un árido desierto difícil de atravesar. Aquí entran en juego las crisis matrimoniales, familiares, personales, políticas, religiosas, con el azote de esta pandemia y sus consecuencias de una mayor pobreza, inmigración, desconcierto, incertidumbre, angustia, miedo, soledad, todo un abanico de conflictos y contrariedades que con Cristo son superados, como él bien nos dijo: «Sin mí nada podéis hacer» (Jn 15,5).
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