Como primeros agentes educadores tenemos el deber de educar a nuestros hijos en su vida afectivo-sexual, pues si no lo hacemos nosotros lo harán otros, ya sean sus amigos, las redes sociales o los medios de comunicación. Por esta razón debemos saber cómo y cuándo hablar a nuestros hijos sobre amor y enamoramiento.
¿Qué implica que viva el amor?
Como muchos hemos experimentado, el enamoramiento es un sentimiento, es una pasión y no una acción, por lo tanto, uno no es dueño de quién se enamora. La atracción que se da cuando estamos enamorados es distinta en chicas y chicos, en las chicas la atracción es más psicológica mientras que en los chicos es más física.
El enamoramiento es algo precioso, sin embargo, tiene sus riesgos, uno de ellos es el idealizar a la otra persona. Cuando uno está enamorado únicamente se fija en las cualidades de la otra persona (qué guapo es, qué inteligente, qué deportista…) y no es capaz de ver sus defectos, o si los ve, los pasa por alto. Por eso, sería bueno que nuestros hijos no tomaran decisiones que les pudieran comprometer en este tiempo.
Otro aspecto que debemos tener en cuenta del enamoramiento es que es efímero y se acaba. Y, entonces, nuestros hijos pueden preguntarnos ¿qué sentido tiene enamorarse si un día se acabará? El enamoramiento está llamado a transformarse en algo que es aún mejor, que lo supera y trasciende, el amor. Podríamos decir que el enamoramiento es para el amor, como el aperitivo para la comida, nos prepara para el plato principal que es el amor.
Cuando la gente dice que “el amor se ha acabado” o que “ya no hay chispa”, lo que en realidad quieren decir es que el sentimiento del enamoramiento ha desaparecido. Sin embargo, amar es un verbo, por tanto, es algo que se hace y que no se siente. Amar a alguien es una decisión mediante la cual uno se compromete a donarse a otra persona, a amarla incondicionalmente, con sus defectos, sin esperar que cambie.
¿Cuándo puede ser un momento oportuno para hablar con nuestros hijos sobre el enamoramiento?
Hay que tener en cuenta varios aspectos, en primer lugar, hay que valorar el proceso de maduración psicoafectivo de nuestros hijos, pues puede variar mucho de un hijo a otro, es decir, puede ser que uno de nuestros hijos se enamore a los 12 años y otro lo haga a los 18 años. Por lo tanto, hay que estar siempre atentos y vosotros que conocéis mejor a vuestros hijos sabréis el momento adecuado.
Una manera de empezar podría ser hablando desde la propia experiencia: Por ejemplo, ¿cuándo me enamoré yo por primera vez? ¿qué sentí física y psicológicamente? Hablar sobre estos temas con naturalidad, dejando espacio al diálogo y en una situación adecuada, no es lo mismo hablar con nuestro hijo mientras estoy haciendo la compra, que si lo hago saliendo a dar un paseo…
No tengamos miedo de hablar sobre estos temas con nuestros hijos porqué somos sus principales educadores.
Ana Comella (Tutora de Secundaria del Abat Oliba Loreto)
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