La familia es la célula vital de la sociedad, pero a su vez la familia se fundamenta en el matrimonio, en el que se unen por
su libre voluntad los cónyuges, respetando el significado y los valores propios de
esta institución, que no depende del hombre, sino de Dios mismo.
La institución matrimonial «fundada
por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal
de vida y amor» (Concilio Vaticano II
Const. Gaudium et Spes, 48) no es una
creación debida a convenciones humanas
o imposiciones legislativas, sino que debe
su estabilidad al ordenamiento divino.
Ningún poder puede abolir el derecho
natural al matrimonio ni modificar sus
características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias, originales y permanentes. La sociedad no pue-
de disponer del vínculo matrimonial, con
el cual los dos esposos –hombre y mujer-
se prometen fidelidad, asistencia recípro-
ca y apertura a los hijos, aunque cierta-
mente le compete al poder civil regular
sus efectos civiles.
Las características del matrimonio son:
la unión de un hombre y una mujer. La
totalidad, los cónyuges se entregan recíprocamente en todos los aspectos de la
persona, físicos y espirituales. La unidad
que los hace “una sola carne” (Gn.2,24).
La indisolubilidad y la fidelidad que exige
la donación recíproca total y definitiva.
Jesús respondió a los fariseos: ”¿No habéis leído que al principio el Creador los
hizo varón y hembra? Y dijo: «Por esto
dejará el hombre al padre y a la madre y
se unirá a la mujer, y serán los dos una
sola carne». De manera que ya no son
dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que
Dios unió que no lo separe el hombre.” (Lc. 19, 4-6). La fecundidad a la
que está abierto naturalmente. El matrimonio en su verdad objetiva, está ordenado a la procreación y educación de los
hijos, fruto de la donación de sí mismo
que se hacen mutuamente los esposos, y
a su vez don para los padres, para toda la
familia y para toda la sociedad. El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido
únicamente en orden a la procreación: su
carácter indisoluble y su valor de comunión permanecen incluso cuando los hijos
no lleguen a coronar la vida conyugal.
Los bautizados, por institución de
Cristo, viven la realidad humana y original del matrimonio, en la forma sobrenatural del sacramento, signo e instrumento
de la Gracia, que capacita y compromete
a los esposos y a los padres cristianos a
vivir su vocación de laicos y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios, gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” Así la familia cristiana, unida íntimamente a la Iglesia se
hace Iglesia doméstica.
La caridad conyugal, que brota de la
caridad de Cristo, hace a los cónyuges
cristianos testigos de una sociabilidad
nueva, inspirada por el Evangelio y por el
Misterio pascual. La dimensión natural de
su amor es constantemente purificada,
consolidada y elevada por la gracia sacramental. De esta manera, los cónyuges
cristianos, además de ayudarse recíprocamente en el camino de la santificación,
son en el mundo signo e instrumento de la
caridad de Cristo.
Rafael Serrano Molina
caridad de Cristo.
Rafael Serrano Molina
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