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lunes, 27 de abril de 2020

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA – VII. "FAMILIA CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD" Por Rafael Serrano


La familia es la célula vital de la sociedad, pero a su vez la familia se fundamenta en el matrimonio, en el que se unen por su libre voluntad los cónyuges, respetando el significado y los valores propios de esta institución, que no depende del hombre, sino de Dios mismo.
La institución matrimonial «fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor» (Concilio Vaticano II Const. Gaudium et Spes, 48) no es una creación debida a convenciones humanas o imposiciones legislativas, sino que debe su estabilidad al ordenamiento divino.
Ningún poder puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias, originales y permanentes. La sociedad no pue- de disponer del vínculo matrimonial, con el cual los dos esposos –hombre y mujer- se prometen fidelidad, asistencia recípro- ca y apertura a los hijos, aunque cierta- mente le compete al poder civil regular sus efectos civiles.
Las características del matrimonio son: la unión de un hombre y una mujer. La totalidad, los cónyuges se entregan recíprocamente en todos los aspectos de la persona, físicos y espirituales. La unidad que los hace “una sola carne” (Gn.2,24). La indisolubilidad y la fidelidad que exige la donación recíproca total y definitiva. Jesús respondió a los fariseos: ”¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Y dijo: «Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne». De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre.” (Lc. 19, 4-6). La fecundidad a la que está abierto naturalmente. El matrimonio en su verdad objetiva, está ordenado a la procreación y educación de los hijos, fruto de la donación de sí mismo que se hacen mutuamente los esposos, y a su vez don para los padres, para toda la familia y para toda la sociedad. El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido únicamente en orden a la procreación: su carácter indisoluble y su valor de comunión permanecen incluso cuando los hijos no lleguen a coronar la vida conyugal.
Los bautizados, por institución de Cristo, viven la realidad humana y original del matrimonio, en la forma sobrenatural del sacramento, signo e instrumento de la Gracia, que capacita y compromete a los esposos y a los padres cristianos a vivir su vocación de laicos y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios, gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” Así la familia cristiana, unida íntimamente a la Iglesia se hace Iglesia doméstica.
La caridad conyugal, que brota de la caridad de Cristo, hace a los cónyuges cristianos testigos de una sociabilidad nueva, inspirada por el Evangelio y por el Misterio pascual. La dimensión natural de su amor es constantemente purificada, consolidada y elevada por la gracia sacramental. De esta manera, los cónyuges cristianos, además de ayudarse recíprocamente en el camino de la santificación, son en el mundo signo e instrumento de la 
caridad de Cristo. 
Rafael Serrano Molina

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