A los ochenta y ocho años ha fallecido Antonio Alcedo Ternero, canónigo de la catedral y uno de los sacerdotes diocesanos más lúcidos, más conscientes de la realidad y al mismo tiempo, más esperanzado. Su inteligencia, su confianza en la palabra evangélica, sus estudios en Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca, y en Catequesis en el Instituto de Catequética de la Pontificia Universidad Salesiana de Roma y sus dilatadas experiencias pastorales, han orientado su sentido crítico de la situación actual de la sociedad y de la Iglesia.
En sus obras tituladas Iniciar en la fe, Iglesia, campo de misión, El catequista creyente y Fundamentos de la catequesis, tras analizar los cambios culturales de la sociedad actual, nos ha proporcionado principios, criterios y pautas para fundamentar y para orientar una nueva evangelización y una renovada catequesis adaptadas a las exigencias de nuestra cultura del siglo XXI. En todos ellos ha mostrado su convicción de que siguen abiertos los caminos a la esperanza, y, por lo tanto, la urgencia de abandonar el catastrofismo, la nostalgia, el conformismo, la apatía, la rutina y el desánimo para reconstruir una Iglesia de servicio y no de poder, capaces de soñar y de abrir caminos de paz y de reconciliación.
Capellán de emigrantes en Suiza, Párroco de San Iscio en Puente Mayorga, del Salvador de Vejer de la Frontera, de San Juan Bautista de Chiclana, San Severiano de Cádiz Canciller Secretario del Obispado, Delegado de Catequesis, Profesor de Seminario, Juez Diocesano, Visitador de Monasterios de Clausura, canónigo de la S.A.I. Catedral, Capellán de la Iglesia de las Descalzas de Cádiz, Capellán de la Comunidad y Centro Docente de las Religiosas de María Inmaculada, de Cádiz y Miembro del Consejo del Presbiterio, con sus actitudes, con sus comportamientos y con sus palabras nos ha explicado que la pastoral consiste en leer el Evangelio con ojos nuevos, intentando interpretar lo que de verdad dice para ser profetas de comunión, hombres y mujeres capaces de soñar y de construir caminos de paz y de reconciliación. La vocación –me dijo literalmente en una de nuestras últimas conversaciones- es siempre “una iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto”.
Recuerdo las veces que repetía que “la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”. Consciente de las dificultades actuales, era profundamente esperanzado: “Algunos días la pesca es abundante y otras veces el trabajo de toda la noche no es suficiente para llenar las redes”. Es lo que también nos pasa a nosotros –repetía- en nuestro día a día.
Con su hermana María del Rosario, esa mujer buena, serena, alegre y entregada al servicio, al acompañamiento y al cuidado de sus hermanos, con su cuñada y sobrinas, con sus compañeros y con sus amigos, hoy expreso mi dolor por su fallecimiento y mi alegría y agradecimiento por su amistad, Que descanse en paz.
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