Me resulta interesante y lúcido el artículo publicado en la revista Ekklesía (edición italiana n.16-año 5, 2022/3) con el título “Llevar la fe a la vida de cada día”. El autor es Jens-Martin Kruse, párroco de la principal iglesia luterana de Hamburgo. Voy traduciendo y resumiendo.
“Vivimos una época -escribe- de múltiples cambios. Las Iglesias advierten que se va debilitando la influencia del cristianismo. La fe se va haciendo más vaga. Las normas de la religión ya no orientan el vivir cotidiano de la gente, y se desvanecen las formas de piedad. Muchos no se esperan ya de la fe y de la Iglesia contribución alguna relevante para su propia vida”. Y recuerda lo que afirmaba el teólogo Bonhoeffer muchos años atrás: que “no solo los dogmas de la tradición cristiana, sino incluso palabras tan elementales de la Biblia como reconciliación, redención, Espíritu Santo, amor a los enemigos, cruz y resurrección… muchos ya no entienden”.
Pero no es pesimista Jens-Martin, y ese es el valor del artículo. Advierte él una “nueva apertura a los interrogantes fundamentales de la vida. Se produce hoy -dice- “una intensa búsqueda de vida verdadera, de espiritualidad y de sentido”. Y más, después de la pandemia del Coronavirus. “Temas como la muerte y la enfermedad, lo vulnerable de la vida y los riesgos del planeta, la cuestión social y la solidaridad, vuelven a ocupar el centro de la atención”. ¿Tiene sentido, como reacción, solo “el miedo al futuro, la incertidumbre, la sensación de impotencia”?
Ante esta situación, dice Jens Martin, “las Iglesias no pueden encerrarse en sí mismas o perderse en debates estructurales internos, sino demostrar de qué manera nueva y más profunda el mensaje del Evangelio es relevante para la vida actual y en qué sentido la fe en Jesús ofrece una orientación a nuestra existencia”.
Manteniendo perseverante, a pesar de todo, nuestra fe, ¿es previsible que se invierta en Europa esa tendencia a olvidar a Dios y a distanciarse la gente de la Iglesia? Nadie lo sabe. Parece que las cosas incluso pueden ir a peor. Pero -señala el autor- nuestra misión no es “deplorar la gradual desaparición del cristianismo y la pérdida de relevancia de la fe. En vez de retirarnos tras las paredes de los edificios sagrados, estamos llamados a ponernos en camino hacia las personas para ayudarles a entrar en contacto con los contenidos y las formas de vida de la fe cristiana”.
Para tal acompañamiento nuestro espiritual, el autor presenta tres aspectos muy claros:
1/ Tomar conciencia de nuestra común responsabilidad: dar cuenta de la propia fe y hablar de Dios a este mundo, es misión de todos los bautizados. ¡De todos! Ni seguir pensando que eso sea función solo del párroco, ni continuar viendo a la Iglesia como una “agencia de servicios religiosos”. Y en esta común responsabilidad reside un importantísimo potencial para la comunicación de la fe hoy. “La experiencia enseña que el interés por el Evangelio nace sobre todo del encuentro entre las personas que creen y las que no creen”. (El subrayado es mío. ¡Genial!)
2/ Esta misión debe desenvolverse en lo cotidiano: en el trabajo, el tiempo libre, la familia, la escuela, el club deportivo, el mercado, entre amigos... Asegurándonos, eso sí, de que mantenemos en la Iglesia una “robusta vida espiritual” (subrayado mío también), hay que salir de los edificios para encontrarse con las personas en los lugares donde trascurre primariamente su vida. Ahí “narrar el Evangelio de Jesús de una manera atrayente, esencial, pertinente (¡Qué tres adjetivos más bien puestos!), que tenga que ver con la vida. Y al mismo tiempo, escuchar en esos sitios lo que de verdad cuenta para las personas que no son religiosas, o lo son de otra manera; y descubrir lo que, como Iglesia, podemos aprender de esas experiencias.
3/ Vivir nosotros “ya” lo que esperamos, aunque “todavía no” lo poseamos. “Como cristianos, estamos habilitados por Dios para iniciar en este mundo la nueva vida”. No se trata de acciones espectaculares, dice. Pero, si conocemos la meta hacia la que caminamos, debemos y podemos vivir “ya”, aquí y ahora, lo que esperamos. ¿Cómo? “Haciendo cuanto esté en nuestras manos para hacerle llegar el Evangelio a las personas y mejorar las condiciones de vida en este mundo”.
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Hoy, fiesta de la Virgen del Pilar, “Madre de España”, me viene a la mente la oración de la fiesta del Apóstol Santiago: “Que España se mantenga fiel a Jesús hasta el final de los tiempos”.
- Manuel Morales O.S.A.
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