Con independencia de otras consideraciones también importantes, el sentimiento dominante que he experimentado durante la lectura de este libro ha sido el de gratitud. Desde las primeras páginas he sentido la necesidad de dar gracias por el “regalo” de los mensajes evangélicos que han descubierto un horizonte inédito de permanente crecimiento humano orientado y estimulado por el amor. Sí, esa fuerza motora que hace posible que la vida sea humana y esa clave luminosa que proporcione sentido a nuestros trabajos, a nuestras luchas, a nuestras frustraciones e, incluso, a nuestros dolores y sufrimientos. Doy gracias también al autor Jorge Ordeig, párroco de la parroquia de San Ildefonso, de Granada, porque, de manera clara, fundamentada y sencilla, nos explica el sorprendente cambio que, al menos en la teoría, ha generado el mensaje de Jesús de Nazaret a nuestro mundo.
Otra de las aportaciones de este libro, a mi juicio importante, es, además de la relación que el autor establece entre “Los Mandamientos” del Antiguo Testamento y el “Mandamiento del Nuevo”, sus minuciosos análisis y la acertada articulación de cada uno de ellos evitando la formulación negativa o “prohibicionista”. El punto de partida -“el mandamiento cero”, “el mandato original”- es ya una llamada elocuente a la consideración positiva de la creación y una invitación amable al disfrute: “Y vio Dios que era bueno”. Efectivamente, estos relatos indican de manera condensada el comienzo del camino que conduce a la plenitud humana: “Vive y sé feliz”. Todos los demás mandamientos están dirigidos a facilitarnos el cumplimiento de ese primer decreto, de esa necesidad, de esa obligación y, por lo tanto, de esa posibilidad de alcanzar el bienestar.
En consecuencia, opino que también es clave la interpretación de todo el proceso de la Creación como una secuencia de gestos de amor que culminan en la llamada al hombre para que sea feliz trabajando para lograr la felicidad de los que con él conviven. Pero, para ello, es indispensable que cumplamos el “mandamiento de la interioridad” o de la espiritualidad: que estemos decididos a renacer a una vida del espíritu tras reconocer que, además de cuerpo, estamos dotados de un espíritu que hemos de cuidar y cultivar con esmero.
Es imprescindible que nos habituemos a escuchar a Jesús leyendo los Evangelios, contemplando su vida, oyendo, escuchando, interpretando sus palabras y asumiéndolas como contenidos de la oración y como pautas para la vida diaria. Este es el itinerario que, de manera directa, nos acerca afectivamente a la persona de Jesús y genera esa identificación con sus mensajes; este es el camino para sentirnos acompañados y para decidirnos a acompañar a los que reflejan su rostro -los pobres y los marginados- , y este es el procedimiento más seguro para amarnos a nosotros mismos. En este marco teórico, el autor sitúa una serie de pautas que, de manera convergente, nos orientan para que, tras ahondar en los múltiples valores del amor, aumentemos ese caudal humano y sobrenatural que, al mismo tiempo, hace nuestra vida temporal más grata y fundamenta la esperanza en otra vida más plena. Gracias.
Otra de las aportaciones de este libro, a mi juicio importante, es, además de la relación que el autor establece entre “Los Mandamientos” del Antiguo Testamento y el “Mandamiento del Nuevo”, sus minuciosos análisis y la acertada articulación de cada uno de ellos evitando la formulación negativa o “prohibicionista”. El punto de partida -“el mandamiento cero”, “el mandato original”- es ya una llamada elocuente a la consideración positiva de la creación y una invitación amable al disfrute: “Y vio Dios que era bueno”. Efectivamente, estos relatos indican de manera condensada el comienzo del camino que conduce a la plenitud humana: “Vive y sé feliz”. Todos los demás mandamientos están dirigidos a facilitarnos el cumplimiento de ese primer decreto, de esa necesidad, de esa obligación y, por lo tanto, de esa posibilidad de alcanzar el bienestar.
En consecuencia, opino que también es clave la interpretación de todo el proceso de la Creación como una secuencia de gestos de amor que culminan en la llamada al hombre para que sea feliz trabajando para lograr la felicidad de los que con él conviven. Pero, para ello, es indispensable que cumplamos el “mandamiento de la interioridad” o de la espiritualidad: que estemos decididos a renacer a una vida del espíritu tras reconocer que, además de cuerpo, estamos dotados de un espíritu que hemos de cuidar y cultivar con esmero.
Es imprescindible que nos habituemos a escuchar a Jesús leyendo los Evangelios, contemplando su vida, oyendo, escuchando, interpretando sus palabras y asumiéndolas como contenidos de la oración y como pautas para la vida diaria. Este es el itinerario que, de manera directa, nos acerca afectivamente a la persona de Jesús y genera esa identificación con sus mensajes; este es el camino para sentirnos acompañados y para decidirnos a acompañar a los que reflejan su rostro -los pobres y los marginados- , y este es el procedimiento más seguro para amarnos a nosotros mismos. En este marco teórico, el autor sitúa una serie de pautas que, de manera convergente, nos orientan para que, tras ahondar en los múltiples valores del amor, aumentemos ese caudal humano y sobrenatural que, al mismo tiempo, hace nuestra vida temporal más grata y fundamenta la esperanza en otra vida más plena. Gracias.
[Jorge Ordeig
La plenitud del Amor
Madrid, Rialp, 2018]
La plenitud del Amor
Madrid, Rialp, 2018]
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