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domingo, 2 de abril de 2023

MENSAJE DE NUESTRO OBISPO POR SEMANA SANTA

 


Cristo ha vencido a la muerte, y eso hace que, no sólo la Semana Santa tenga sentido, sino que nuestras vidas tengan sentido; y que lo tenga también nuestro amor. 

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Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa que nos permite descansar y variar en nuestras rutinas. Da la impresión de ser también un tiempo en el que todo se detiene y todo vuelve a ser igual, año tras año, porque acontece algo sagrado que es lo que celebramos en estos días, y nos hace mirar necesariamente al acontecimiento que vive Jesús: su muerte y resurrección.

Este acontecimiento resulta que no sólo ilumina la Semana Santa sino la vida entera de cualquier persona que quiera abrir su corazón a lo que ese acontecimiento contiene. ¿De qué se trata? De algo enormemente consolador para todos, que vivimos una vida llena de fatigas, dificultades e inquietudes, y percibimos cierto vacío en nuestro corazón, en las relaciones humanas, en las aspiraciones y deseos no cumplidos. Pero, cuando interrogamos a la vida, nos deja una bruma de misterio. Cuando sufrimos la mentira y la manipulación, el frecuente daño de unos a otros, la violencia y las rivalidades, percibimos, además, un perjuicio especial y la presencia de la muerte. Emerge entonces la respuesta de Dios que ilumina la vida personal y la historia entera anunciando que Cristo ha vencido la muerte, que por su amor infinito abraza el cosmos, nuestras miserias y todas las desdichas de nuestra vida, el cansancio, las mentiras y pecados de los hombres. Se descubre que el nombre de Dios es misericordia y que todo es poco para celebrar el amor infinito de Dios.

Algo tan horrible como el ajusticiamiento de un hombre –que nos repugna cuando es noticia porque hiere nuestra sensibilidad—, se presenta en la imagen del Nazareno Crucificado, quien, acompañado de su desconsolada madre Dolorosa, reclama nuestra atención en las procesiones, rodeado de música, ropajes, incienso y candelas. Los hombres, las mujeres y los niños acuden sencillamente para alegrarse a su paso reconociendo que en la Pasión de Cristo están incluidas todas nuestras pasiones, todos nuestros males, nuestros dolores y sufrimientos. Son ya parte del Hijo de Dios que nos ha abrazado desde el Gólgota pero que, iluminados por la luz de Pascua que da aire de triunfo a la celebración de la Pasión, iluminan nuestra existencia y la llenan de esperanza y de buenos propósitos. En su persona encontramos sosiego para nuestro corazón, conformidad y esperanza para nuestra vida, motivos para seguir amando, perdonando, luchando por el bien y construyendo un mundo de hermanos. Esto es lo que se nos da la posibilidad de vivir estos días.

Cristo ha vencido a la muerte, y eso hace que, no sólo que la Semana Santa tenga sentido, sino que nuestras vidas tengan sentido; y que lo tenga también nuestro amor. Nuestra humanidad miserable, pobre, mezquina y pequeña, ha sido abrazada por un amor infinito para hacernos triunfar sobre la muerte. Si, asociados al Señor, le dejamos entrar en nuestra vida y nos vinculamos a su victoria, no perdemos nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. Al contrario, sólo en esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida, se revela verdaderamente el gran potencial de la existencia humana y experimentamos belleza y liberación. 

La pasión de Cristo es el mayor servicio prestado a los hombres pues nos muestra el camino a la gloria, nos arranca de la esclavitud, y nos convierte en siervos de los hombres. En esto consiste la dignidad humana y el verdadero señorío, ese que a veces pretendemos lograr equivocadamente mediante el poder, el dominio y la manipulación de los demás. Cristo se anonada, se abaja hasta nosotros, como buen samaritano, para servir al malherido del camino, que es símbolo de la humanidad dañada por el pecado. Y nos hace resucitar. Vivamos esta Semana Grande, tan llena de posibilidades y de gracias que nos aguardan.

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