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La esperanza de vida de la población española sigue creciendo y según datos del INE de 2019 era de 80.9 años para el hombre y 86.2 años para la mujer. Eso origina que aumenten las demencias y es la enfermedad de Alzheimer la principal causa de demencia, representa hasta el 70% de los casos. En España hay 1.200.000 personas afectadas por la enfermedad y más de 5.000.000 entre quienes la padecen y sus familiares cuidadores.
En el día de hoy, pensamos en la importancia del diagnóstico precoz, como punto de partida para llegar a tiempo. Porque la mayor parte de los diagnósticos se dictaminan en fases moderadas o avanzadas de la enfermedad, lo cual hace perder oportunidades de acceso a tratamientos farmacológicos y no farmacológicos, con lo que se pierden los efectos ralentizantes de la evolución de la enfermedad, restando, en consecuencia, tiempo de calidad de vida a las personas afectadas.
¿Dónde queda la persona cuando unas proteínas defectuosas parece que prácticamente la anulan? (Pregunta a Ana Martínez Gil (Madrid, 1961) LEER MÁS
Sigue siendo persona. Parece que no te conoce, le tienes que lavar, cuidar, dar de comer… pero la persona nunca desaparece. Está intrínsecamente unida a la vida y por eso la vida es valiosa siempre. No sabemos si en algún momento hacen alguna conexión y son capaces de darse cuenta de lo que les está pasando. Pero sí sabemos que, cuando ya está muy avanzada la enfermedad, el estímulo que más les hace reaccionar es el cariño. Ahí está la persona. Eso no nos lo puede arrancar. En el caso de otra enfermedad neurodegenerativa, la esclerosis lateral amiotrófica, que deja un cerebro intacto en un cuerpo que se va quedando inmóvil, son los pacientes los que nos dicen –a veces con el movimiento de sus ojos sobre un ordenador que luego lo lee– «por favor, dedicadnos tiempo, tratadnos como personas hasta el final».
¿Cómo permite Dios que su criatura más perfecta quede así de desfigurada?
No tengo una respuesta fácil. Pero para todo hay un porqué, aunque no sepamos descubrirlo. Y ese porqué profundo es nuestro bien. Esto es muy duro decirlo a un enfermo o su cuidador. Pero hay que buscarlo, y entonces descubres que hay vida después, y que hasta en la situación más difícil puedes generar mucha vida alrededor. Yo he aprendido mucho de los pacientes con ELA. Ellos mismos –y la sociedad– podrían sentir que no tienen valor. Pero ellos son la esperanza para la investigación, y dan ánimos a mucha gente.
¿Se adivina algo sobre la mente o el alma al trabajar sobre el cerebro?
Personalmente, cada vez estoy más convencida de que no hay tanta separación entre cuerpo, espíritu y alma. Y la ciencia está descubriendo cada vez más lo unida que está lo espiritual a nuestra biología. A medida que avanza la ciencia, cada vez se conoce más la base orgánica de enfermedades que hasta ahora se clasificaban como psiquiátricas o sin base orgánica. En un futuro muy próximo nos vamos a tener que replantear esta división entre psiquiatría y neurología.
¿Vamos entonces hacia una visión materialista que lo explica todo por la biología?
O a ver que somos un cuerpo almado o un alma corpórea, totalmente integrado. Por eso se desarrollan terapias no farmacológicas que, aunque no frenan la enfermedad, mejoran la calidad de vida de los pacientes: la musicoterapia, la terapia con animales… Ese desarrollo de la afectividad, ese placer, genera endorfinas con un efecto beneficioso. Y en el ámbito del alzhéimer, un envejecimiento saludable –relaciones sociales, actividad intelectual, un carácter positivo y estabilidad espiritual– es por ahora lo único que tenemos para prevenirlo de manera secundaria.
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