Nuestra Navidad, mezcla de realismo y de idealismo, de objetos sencillos y de episodios hermosos, de canciones tradicionales y de cantes irreverentes, nos transmite -como ha quedado reflejado en la poesía de Antonio Murciano- unas nuevas ganas de ser más buenos y unos sinceros deseos de amistad, de respeto y de generosidad. Tengo la impresión de que, a pesar de la continua invasión de “modas” procedentes de las más remotas civilizaciones, los valores medulares de la cultura cristiana siguen nutriendo nuestra peculiar manera de celebrar estas fiestas. Si prestamos atención a los comportamientos realmente populares llegamos a la conclusión de que en su fondo laten unas emociones que tienen mucho que ver con los mensajes que nos transmiten las escenas del portal de Belén conforme a la descripción del Evangelio de San Lucas: en un establo en el que hay animales, un buey y una mula, una mujer, María, un hombre, José, y un niño, Jesús, envuelto en pañales.
La sencillez de los comportamientos cotidianos, simbolizada de esta manera tan humana, nos descubre, con una singular fuerza comunicativa, las justas dimensiones de nuestras vidas de cada día. Para calar en la profundidad de estos sentidos íntimos, hemos de estar atentos y recordar -“revivir”- aquellas vivencias hondas de nuestra infancia que nos siguen ayudando -ahora que seguimos siendo pequeños- a acompañarnos, a respetarnos, a comprendernos y a acogernos, esas experiencias que nos proporcionan alegría y nos enseñan a sentir las sensaciones y a “experimentar los sentimientos”, a saber qué es el calor y el frío, el hambre y la comida, la sed y el agua, la enfermedad y la salud, a palpar qué es la soledad, la lejanía o la ausencia de la familia, el abandono de los ancianos, a interpretar el sentido de nuestros miedos y suspiros, a darnos aliento y a ayudarnos y a querernos un poquito más.
El Papa Francisco lo acaba de formular de manera clara, aguda y precisa: “Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”. Él nos explica cómo el Belén «es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Y es que, efectivamente, las formas poseen mayor fuerza persuasiva que los argumentos racionales por muy cartesianos que éstos sean. Este principio explicado durante más de veintiséis siglos en los tratados de comunicación solemos olvidarlo los profesionales de la enseñanza, los periodistas y, sobre todo, los líderes políticos. Hemos de tener en cuenta, además, que la Navidad es la fiesta en la que celebramos el reconocimiento de la propia debilidad, de la personal pobreza y de la permanente inseguridad. Como dice el papa Francisco: “Ayudar bien sólo se hace desde la propia vulnerabilidad. Todos somos vulnerables”.
Por: José Antonio Hernández Guerrero
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