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sábado, 3 de febrero de 2024

Cuentos para preservar la inocencia: Guardianes de la infancia

 


El poeta Charles Péguy escribió una vez sobre un padre que, tratando de enseñar a nadar a su hijo, se encuentra dividido entre dos sentimientos: “Pues por una parte si le sostiene siempre y si le sostiene demasiado/el niño se confiará y nunca aprenderá a nadar/Pero por otra, si no le sostiene en el momento justo/ese niño beberá un mal trago”. Estos versos describen bien la difícil labor de preparar a los hijos para hacer frente a un mundo, muchas veces odioso y hostil, sin que dejen de ser niños, o a medida que dejan de serlo. Porque todo niño nace indefenso, y crece indefenso también. Pero, con ayuda de sus padres, paulatinamente, va adquiriendo habilidades y experiencia, y poco a poco, se va haciendo más fuerte y capaz. 

La dificultad de esta misión radica en la necesidad de desvelar esa realidad sin precipitaciones, pero también sin ocultaciones, preservando tanto como sea posible su inocencia, la inocencia propia de su edad. 

Bendita inocencia

¿Pero qué es la inocencia y por qué es importante? La inocencia infantil es el estado del alma que más se aproxima a aquello para lo que el hombre ha sido creado. Un estado perdido y anhelado que los niños pueden saborear, aunque sea de forma somera y fugaz, ya que desaparece tan pronto alcanzan la adultez. El niño –y en menor medida, el joven– disfruta de una forma de ver el mundo fresca y renovadora, de una visión efímera y difusa de la verdadera realidad. 

“La inocencia infantil es el estado del alma más próximo a aquello para lo que hemos sido creados”

Por eso los adultos, y en especial los padres, debemos custodiar y guardar esta inocencia, tanto como nos sea posible. En cierto modo, nuestra labor de padres es la que añora el protagonista de El Guardián entre el centeno, de Salinger: “Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. […]. Sé que es una locura”. Pero, aunque hoy muchos lo tilden de locura, hace falta firmeza para cuidar a los hijos con todas las fuerzas, medios y recursos que se tengan. Y un medio muy adecuado para ello son los cuentos de hadas.

Los secretos del mundo

Como nos recuerda Tolkien, los cuentos de hadas han sido perfeccionados a lo largo del tiempo, convirtiéndose en relatos de refinada sabiduría, asombro e inspiración para los niños. Sus verdades han resistido la prueba del tiempo, y sus mundos encantados han atraído a los jóvenes lectores durante cientos de años, enseñándoles, de manera adecuada, aquello que deben conocer en el momento en que deben conocerlo.

Dentro de su aparente simpleza encierran una profunda sabiduría, tanto en la forma como en el fondo. Utilizan patrones que resuenan en los oídos y corazones de los niños y les conmueven, mostrándoles, con humilde sencillez, una estructura de la realidad oculta para los adultos.

A través de fórmulas fácilmente reconocibles para ellos, como el “érase una vez” y el “fueron felices para siempre”, y de contrastes de trazo grueso entre personajes buenos y malos, estos cuentos los adentran en las complejidades de la vida, revelándoles indicios sobre los secretos del mundo, y facilitándoles, de forma gradual, el paso de la inocencia a la experiencia, de la infancia a la juventud y la adultez.

Artículo publicado en la edición número 70 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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