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jueves, 27 de junio de 2024

Aniversario octavo de María Inés, 27 de junio de 2024 P. Manolo Morales, OSA


Yo creo que no es curiosidad ni pasión de hermano; es estudio y meditación de cuantos escritos de esta criatura han llegado a mis manos. Y es haber tomado en serio la aseveración tan firme del obispo don Ignacio que la conoció bien:

“Usted no se olvide de que tiene una hermana santa. No lo dice el Papa, pero lo digo yo que soy obispo”.

Con su vena poética, a María Inés le gustaba hablar de “vuelos” para referirse a su vida espiritual, a su unión con Dios, a los trabajillos y fatigas por ser dócil y fiel a su consagración.

“Voló”, gracias a Dios, siempre acompañada. Sus monjas fueron sus “gaviotas” compañeras. Se lo dice ella a la Virgen, su “Gran Gaviota”: “Tú sabes, Madre, que yo no he tenido nunca nada guardado para las personas que vivían conmigo; no podía encubrirles nada, y lo positivo y lo negativo era siempre quemado. Esto quizá psicológicamente también me ayudaba, dado mi carácter abierto y comunicativo”.

Esa fue su escuela de vuelo, la comunidad, con sus aprendizajes, sus pruebas. “Soy expresiva, le dice a Jesús, cariñosa, espontánea y muy primaria; y quiero que todo el mundo, o al menos esas personas, reaccionen como a mí me gusta, y expresen y se manifiesten de la misma forma que yo lo hago con ellas. Y me voy dando cuenta de que eso no es amar... Hay que querer a cada uno como como él quiere ser querido. En definitiva, tengo también que encontrarte en ese dolor que me produce esa especie de decepción que a mí se me antoja cundo esto me ocurre”.

Volar y volar alto, cada vez más alto, “volar continuamente al Corazón de Dios” fue la máxima aspiración de esta gaviotilla. Dice San Jun de la Cruz que “la unión espiritual entre el alma y Dios es el mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar” (Subida 2.7.11). Envidia me da a mí leer sus diarios íntimos, sus vuelos, en los que aparece un diálogo constante, enternecedor, a veces angustioso, con Dios Padre, con Jesús, su Esposo y Amigo, y con su Madre la Virgen. A Ella le dice: “Hoy pensaba: aunque no tuviera experiencia de lo que es una Madre, contigo lo he intuido... Me cercas, me proteges, me animas, me consuelas, me rodeas de tus cuidados, me acaricias con tu sonrisa, y hasta siento que me abrazas”.

Pero los vuelos de María Inés no fueron siempre fáciles y luminosos. Hay días oscuros, verdaderas noches, sensaciones de soledad, experiencias sumamente dolorosas que muestran una “fortaleza interior” fuera de lo normal; ¡ella, tan frágil, curiosamente! Lo de fortaleza interior es expresión del médico que mejor la conoció.

Me impresiona en su último cuaderno diario (1994-2015) una súplica suya constante, a Dios y a la Virgen: sus ansias de experimentar el Amor de Dios, precisamente “para poder caminar y volar”: “Madre, yo quiero pedirte una sola cosa, tu amor.   Necesito sentirme amada por ti... Hazme comprender lo que me amas”. “Concédeme la gracia de experimentar en mi vida el amor de Dios Padre”.

¡Casi no hay página de este diario que no lleve esa súplica a Dios Padre! “Necesito sentirme amada por ti”. “Hazme experimentar tu amor”. “Hazme niño, y, para eso, déjame experimentar tu amor”. “Quiero sentirme amada por ti” ...

He preguntado a un maestro de la vida espiritual, San Juan de la Cruz, cuál pudiera ser el sentido de una súplica tan insistente.  Y me responde que, para poder entrar en la noche (¡y de noches oscuras bien supo María Inés!), el alma necesita sentir “ansias de amor sensible”, “otra inflamación mayor de otro amor mayor que es el de su Esposo” ... “estar inflamada de amor y con ansias” (Subida 1.14.2; 2.1.2).

Estas ansias no siempre eran atendidas por su “Maestro de vuelo”. Y ella lo entiende y acepta generosísimamente. Así era María Inés:

Comentando la canción que tanto le gustaba y conmovía (con la voz de sor María Eugenia) Me basta con saber que estás aquí: “Señor, no me importa no sentirte, aunque a veces lo añore, pero lo ofrezco para que otros lo experimenten... Tengo ganas de encontrarme contigo, aunque me aterroriza el paso. Pero deseo verte sin velos ni fronteras. Te quiero y tú lo sabes. Aun en medio de mi oscuridad, sé que te amo”.

Gracias a Dios, le llegan a María Inés los rayitos de luz: “Empiezo a experimentar el gusto por las cosas de Dios” ... “Creo que me estás concediendo algo muy grande: sentirme amada por Dios Padre, experimentar y saborear su amor” ... “Hoy puedo decir que soy auténticamente feliz porque estoy experimentando la única y verdadera felicidad, sentirme hija tuya” ... “Poco a poco voy sabiendo a qué sabe” ... “Voy atisbando un poco lo que es ese amor tuyo” ... “Empiezas a regalarme este don; parece que atisbo un poco esta realidad”.

No me cansaría de trascribir páginas y páginas de estos diarios. Por esta vez ya solo una, de enero de 2002, cuando todavía le quedaban catorce años de lucha con la enfermedad. ¡Un misterio de amor y de dolor!  María Inés, la alegría de la huerta, la del traje de payaso, el gozo de los niños, la enfermera y la maestrilla, el alma de todas las fiestas, la de los “vivas” a la Virgen del Rocío.... La escuchamos:

“Jesús, estoy cansada de esta vida... Quisiera estar contigo para siempre. Me da miedo, sin embargo, ese paso. Pero ten Tú misericordia conmigo. Tú que conoces mi debilidad, mi limitación y mi miseria. Te ansío, Señor, y ya nada de este mundo puede llenar mi corazón., porque mi alma siente nostalgia de Ti. Te necesito, Señor. Enséñame, al menos, mientras llega mi hora, a mantener un diálogo contigo, a ser consciente de tu presencia dentro de mí. Y concédeme el regalo de experimentar tu amor. ... Ayúdame a abrazarte en cada dolor, a vivir contigo cada momento presente, y concédeme una buena muerte. Quita de mi alma tantos miedos y cobardías y déjame lanzarme a tu Amor Misericordioso”.

Y pensando en las alturas y los vuelos e María Inés, se me ocurre traer aquí de nuevo el desahoguillo que escribí unos meses después de su partida:

 

Huelva, 15 de octubre de 2016

 “Volar, volar y volar, ese es mi destino, esa soy yo”

Hoy nos ha dado la sorpresa Angelito (por qué se llamará así). Nos lo ha contado su madre, María del Mar, una onubense templada, pura raza.

Angelito es una criatura de 2 años, gracioso como él solo, con unos andares tan ligeros y tan balanceaos que no sabes dónde va a aterrizar la criatura en cualquier momento. Pero no se cae, no. Era muy amigo de María Inés, la monja grandota del cole, tantos años en cama, que dejó esta tierra el pasado mes de junio. Angelito se acercaba a la ventana de su celda para tirarla besos y, cuando se lo permitían, entrar incluso dentro y hacerle fiesta. A Mª Inés eso de los niños se le daba “de mareo”. Alguien la definió “corazón de niño y alma de mujer”.

Después de su partida, Angelito había seguido acercándose a la ventana de su querencia. - “Está dormida Inés”, decía con su media lengua. Luego fue entendiendo que no, que estaba ya en el cielo. - “Con la Virgen y con el Señor”, añadía satisfecho.

Hoy la sorpresa de la madre nos ha sobrecogido. - “¡Mamá, mamá, mira…!” le dice Angelito en la calle apuntando al cielo - “¿El qué, mi vida?” - “Inés, ¿no la ves?” “¿María Inés? ¿Dónde?” - “Ahí, ahí”, insistía el niño señalando con el dedo. “¿Y qué te dice?” - “Que me quiere mucho, y me tira besitos”. ¡Ay los lagrimones de María del Mar! Pensativa, silenciosa, vuelven a casa… Estas cosas las ven solo los niños. Nosotros no “vemos” lo que ellos ven. A callar. Los niños se entienden.

Estoy repasando estos días de descanso en Huelva escritos de esta hermana querida. Hay una vena poética en ella que yo desconocía. Es su recurso para expresar cosas que le rebasan dentro: “No podía conformarme con ser una gaviota vulgar… La Gran Gaviota me miraba siempre, me atraía como un fuerte imán, y me susurraba algo que parecía entender muy claro: Vuela, vuela más alto, remóntate”. Así durante años. Jugando con los niños, enseñándoles a jugar y a volar: “No os podéis imaginar a qué nivel espiritual viven estos chavales. A mí me da vértigo. Es impresionante verlos AMAR. Estoy convencida de que los niños -y quienes nos hagamos como ellos- son los que mejor entienden el lenguaje del amor. Ellos no miran nada ni analizan nada. Solo se lanzan al vacío y se dejan llevar… ¡Es escalofriante!”.

Mª Inés le pedía al Cielo cada día “unas alas nuevas y grandes”: “Esta mañana he tratado de amar y volcarme con los niños más necesitados y menos atrayentes, y me he dado cuenta de que realmente solo el amor hace milagros”. “Últimamente tengo en mi mente y en mi corazón una sola idea que me acompaña, me hace luchar, sufrir y gozar: los sin techo; los tengo bajo mi techo…” “La Gran Gaviota me ha regalado la alegría para que la reparta a mi alrededor…Pero no quiero desbordarme, porque cuando no es solo por Él, me deja vacío y cansado el espíritu”. El espíritu lo alimento con una sola cosa: el amor. Cada día estoy más convencida de que solo él convence, actúa y vence.” “Volar, volar y volar, ese es mi destino, esa soy yo. Ese es mi papel. Sí, volar… pero cada vez más cerca del sol”. 

¡Vaya con la gaviotilla!

 

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