La Iglesia celebra hoy domingo 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus, que este año lleva por lema, «Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”» .
La Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ha elaborado los materiales para apoyar la celebración de esta Jornada. Además, ha organizado dos ponencias para las tardes del 22 y el 24 de mayo, que se han podido seguir online, desde el canal de YouTube /CatólicosenRed. El miércoles 22 estuvo a cargo de José Antonio Guerrero, sj, y el viernes 24 intervino Pilar Avellaneda, O. Cist..
¿Cuál es el mensaje de los obispos?
Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada recuerdan que, un año más, la celebración litúrgica de la solemnidad de la Santísima Trinidad “nos ofrece la ocasión de recordar con gratitud en nuestra oración a aquellos que se han consagrado enteramente a vivir a la luz del misterio eterno. Ellos y ellas son «los que rezan»”.
Y son los que rezan, explican, porque han hecho de la actitud orante —que es inherente a la fe, pero se modula de distintos modos según los carismas— regla y medida de todas las cosas: las internas y las externas, las personales y las comunes, las decisivas y las pasajeras, las del corazón y las del mundo”.
Atravesar los muros de un monasterio permite comprobar que allí la realidad se rige por una ley que “surge de las entrañas del Evangelio. Contemplar para asentir a la verdad y la bondad y la belleza del Dios que se revela a cada instante”.
Las dos María, iconos perennes para los consagrados contemplativos
Los obispos señalan comoiconos perennes para los consagrados contemplativos a los dos Marías, la hermana de Betania y la madre del Señor. Las dos están “cerca del Señor en toda circunstancia, incluso allí donde imperan las tinieblas del dolor y el sinsentido: en la tumba del hermano muerto o en la cruz del hijo agonizante”.
Ambas “representan ejemplos eximios de la vocación contemplativa en la Iglesia” por en ellas “se cumple esa peregrinación interior por la que la visión humilde del Señor en todo tiempo y lugar termina traduciéndose en una senda esforzada de discipulado”.
Y en su historia, “conocemos la verdad profunda del seguimiento del Señor para todos, pues comprendemos que quien pone sus ojos en Cristo con serenidad y sinceridad no puede dejar de mirar lo que él mira y de caminar por donde él camina. Una mirada y un camino cuyo horizonte último es el Padre, que sale siempre al encuentro de los hombres —tantas veces heridos y perdidos— para que entremos en su voluntad”.
«Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”» , lema de este año
Respecto al lema de este año, los obispos resaltan que también podría decirse desde la perspectiva inversa: «Haciendo tu voluntad aprendemos a contemplar tu rostro». Se trata, explican, “de un movimiento con cadencia de ida y vuelta que, justamente porque apela a los dos polos de la experiencia (el receptivo y el activo, el don y la respuesta), hace crecer la fe hacia cotas cada vez más intensas de relación con Dios y oblación fraterna”. Lo que el Señor espera de nosotros y del mundo, matizan, “nos interpela vivamente cuando contemplamos su santa faz, así como su imagen llagada y resucitada nos asalta en la realidad concreta cada vez que intentamos obrar según su voluntad”.
Al mirarnos en el rostro de Cristo, “como la vida contemplativa hace y nos invita a hacer, dejamos por un momento de considerar nuestro propio interés para acoger el querer del Padre. Y el querer del Padre no es sino que el hombre viva conforme a la gloria del rostro de su Hijo”.
Por eso, los obispos concluyen su mensaje con una invitación a entrar “en el misterio a través de la contemplación obediente o de la obediencia contemplativa”. Y hagámoslo de la mano de «los que rezan», tantos hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos y a lo ancho del mundo, han entregado su vida a esta vocación orante de entrega radical. En su existencia transfigurada a la luz del Resucitado hallamos —hoy y siempre— un motivo esperanzado de acción de gracias y un vivo aguijón que nos espolea hacia una obediencia cada vez mayor en la propia vivencia de la fe”.
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