En la solemnidad de Pentecostés, cuando la Iglesia celebra también el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, recordamos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, señalando de este modo el nacimiento de la Iglesia.
(DEL MENSAJE DE LOS OBISPOS). A los apóstoles, tras la muerte de Jesús, les invadió un sentimiento de miedo, que los condujo a encerrarse en una casa, sin saber qué rumbo tomar en sus vidas, porque sentían la ausencia del Maestro.
Por eso, Jesús resucitado les infunde Espíritu Santo, esa fuerza que viene de lo alto, que te cambia de una manera radical, que te da un corazón nuevo, que proporciona valentía (parresía) para dar testimonio de Jesucristo y comenzar, de este modo, la misión evangelizadora. El anuncio del Evangelio se lleva a cabo con la fuerza del Espíritu Santo, enviados por el mismo Jesucristo, en su nombre, porque no nos anunciamos a nosotros mismos (cf. 2 Cor 4,5).
Nuestros esfuerzos personales serán inútiles, si Dios no está con nosotros. Como nos recuerda el evangelista san Juan: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5b). Unidos como la vid y el sarmiento daremos fruto abundante y cumpliremos nuestra vocación misionera. Todos los bautizados hemos sido llamados por el Señor, en la Iglesia, para anunciar la buena noticia del Evangelio: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Y Cristo es el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, nos dice Jesús: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). El envío a la misión procede del Padre, que tanto nos ha amado que ha enviado a su único Hijo para que alcancemos la salvación, por su muerte y resurrección. Y es Jesús resucitado el que ha entregado a su Iglesia, a cada uno de nosotros, el Espíritu Santo, que es el alma de la evangelización.
Por tanto, es fundamental que descubramos, como miembros del pueblo de Dios, que tenemos una misión que no es iniciativa nuestra, sino de Dios, que la sostiene y permitirá que perdure por los siglos de los siglos. «Muchas veces se termina siendo una Iglesia prisionera, que no deja salir al Señor, que lo tiene como algo propio, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros» (Discurso del papa Francisco a los participantes en el Congreso organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 18 de febrero de 2023).
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