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sábado, 20 de diciembre de 2025

SOBRE LA ENTREVISTA A MONS ARGÜELLO. POR JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA


Si monseñor Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal, se pone, como se puso, en estos días delante de Enric Juliana, no es muy difícil saber por dónde iban a ir las preguntas. Tampoco las respuestas.

Lo que dijo don Luis en la entrevista publicada el pasado domingo en “La Vanguardia” forma parte de una voluntad explícita de dejar claro un discernimiento, o juicio moral, desde la Doctrina Social de la Iglesia, sobre la realidad política de España en lo que afecta al polo del bien común, que siempre está relacionado con el de la dignidad humana.

En esta columna cabían dos títulos. El que he utilizado y otro que sería: “¿Es más verdadera y libre la Iglesia con lo que dice Argüello? O de otra forma: ¿Es el silencio, como consecuencia de una supuesta neutralidad, que no lo es porque el silencio también es una forma de romper con la neutralidad, la norma que debe seguir el presidente de la Conferencia Episcopal Española ante lo que está ocurriendo en España? ¿Acaso lo que dice Argüello lo está diciendo desde el presupuesto de un corpus político, con intencionalidad político partidista, y no desde la Doctrina Social de la Iglesia?

Lo que me parece interesante, una vez que el presidente de la Conferencia Episcopal ha dicho lo que ya dijo, con más profundidad argumental que en otras ocasiones, es analizar algunas reacciones.

Por cierto que lo dice lo hace como un ejercicio de libertad personal porque evidentemente esta actitud suya tiene un coste. Podría Argüello haber salido por peteneras sabiendo de las repercusiones de sus palabras, incluso internamente en la Iglesia. Pero ya se ve que es una persona que ejerce una libertad muy poco clerical.

Su afirmación se puede conectar perfectamente con lo afirmado por el Concilio Vaticano II sobre todo número 76 de la “Gaudium et spes”.

Esto implica una reflexión que apunta certeramente el jesuita Antonio Bohorquez, S.J, en su nota publicada en la web pastoralsj: “Lo que verdaderamente saca a relucir es la cuestión sobre el papel de la Iglesia dentro de la sociedad civil. Monseñor Argüello lo deja claro en la entrevista. “La política necesita una ética y la ética no la da el Parlamento sino la sociedad, y la Iglesia es uno de sus actores””.

Es decir, a partir de una declaración basada en un juicio prudencial, en esta recta razón sobre lo agible que implica lo que los griegos llamaban pronoia, frónesis y diácrisis -siento no poder desarrollar este argumento por falta de espacio-, pienso que lo dicho por monseñor Argüello contribuye a que la Iglesia en España sea más Iglesia y por tanto más verdadera y libre.

Verdadera en la defensa de la dignidad humana y del bien común. Y libre en un sistema que, aunque enarbola la libertad como su bandera, en la práctica es deudor de dinámicas de dependencia antropológica y social, muchas de ellas basadas en la mentira y el miedo.

No me interesa comentar la reacción de Pedro Sánchez, ni de sus corifeos, en la medida en que están utilizando lo dicho por el Presidente de la Conferencia Episcopal también para crear una cortina de humo instrumental, pretendiendo desviar la atención de la opinión pública, sacar el comodín de la Iglesia, y además, presionar a los obispos en las negociaciones que se traen entre manos en la cuestión de la indemnización a las víctimas de la pederastia clerical que no quieren ir al PRIVA, entre otros casos.

Los argumentos que ha puesto en marcha Pedro Sánchez además son falacias históricas.

Lo que me interesa es destacar el hecho del valor de que un obispo, que es Presidente de la Conferencia Episcopal, hable ante una situación como la que atravesamos, y que lo haga como ejercicio de la libertad personal e institucional con lenguaje moderado, con competencia técnica, y sin expresiones cargadas de efectivismo. Es decir, como modelo de lo que significa participar en el espacio público.

El silencio episcopal ante la actual situación es, sin duda, una opción. Legítima. Pero ya sabemos qué consecuencias ha traído en el inmediato pasado, en una sociedad en la que si no hablas, alguien hablará por ti, en una sociedad en la que determinadas dinámicas de opinión pública conspiran contra quienes postulan cosmovisiones que no sean dominantes, y que genera un aislamiento de los postulados críticos.

Dejo a un lado otra cuestión subyacente que me parece relevante, la de la competencia discursiva de los interlocutores eclesiales en la actual conversación pública.

Un reputado locutor radiofónico insistía al día siguiente de lo dicho por monseñor Argüello, defendiendo su libertad de decir lo que dijo, que en este momento de la historia, los obispos pueden afirmar lo que quieran porque, ¿a quién le interesa lo que digan los obispos? ¿Tiene ya algún interés para alguien lo que digan los obispos?, se planteó.

Lo que está claro es que si no hablas hoy en la sociedad, por la propia dinámica social, pierdes toda capacidad de incidir en la realidad. Y por tanto te conviertes en invisible e irrelevante. Máxime en un sistema de concepciones y de plurales interlocutores.

Es cierto que quien debiera hablar es el sujeto cristiano, los laicos. ¿Quiénes? ¿Dónde están? ¿A quiénes entrevistaría hoy Enric Juliana?  

Que lo dicho coincide con los que sostienen determinados actores políticos es inevitable. Esto forma parte de la dimensión práctica del juicio. En unas ocasiones lo que dice monseñor Argüello coincide con unos, los de derecha, para que se me entienda, y en otras con otros, los de izquierda, y en otras con ninguno de ellos.

La clave está en el hecho mismo de decir y de decirlo desde la propuesta social del pensamiento cristiano.

No sé si el arzobispo de Tarragona, al que se le va a terminar conociendo por su pulsión por el estímulo respuesta cada vez que habla el Presidente de la Conferencia Episcopal, quiere pasar a la historia por ser considerado el Anti-Argüello del momento quizá por eso de ser presidente de una Conferencia Episcopal solo de nombre. O algún otro que también ha querido marcar la diferencia. Analicemos sus argumentos, al fin y al cabo.

Lo que más me interpela no es el arzobispo de Tarragona, que al menos lo que piensa lo dice en voz alta, sino interpretar determinadas emisiones de frecuencias que se mueven en el bajo espectro y no se configuran en el escenario de la trasparencia, que luego demandan.

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