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martes, 18 de febrero de 2025

Higinio Marín: «El hombre no puede ser hombre sin reflexionar sobre en qué consiste serlo»

 



Acaba de publicarse la última obra de Higinio Marín, profesor de Antropología Filosófica y desde mayo de 2023 rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia. Se trata de Filosofía breve de la vida (Encuentro), una invitación a pensar a través de las realidades y acciones más cotidianas.

-En "Filosofía breve de la vida", usted utiliza verbos cotidianos como cantar, bailar y agradecer para explorar profundidades filosóficas. ¿Cómo eligió estos verbos y qué criterio utilizó para determinar su relevancia en el contexto de la vida humana?

-La mayoría de esos verbos nombran momentos ordinarios cuyo sentido es como un eco inaudible mientras los vivimos, pero que si guardas silencio y prestas atención se dejan comprender y celebrar, también los de los momentos duros. Celebrar significa reunir y la comprensión reúne a los hombres y a los fragmentos de la vida misma. En ese sentido, el pensamiento celebra la vida, incluso ante la tristeza de la muerte y la división. No obstante, en los verbos tratados hay en general un cierto sesgo positivo del que he sido consciente, porque la herida de ser mortales y padecer fracturas interiores no ahoga esa celebración primordial de la vida. 

»Otros verbos como nacer, morir o dormir son límites de la conciencia derivados de nuestra condición corporal que nos define y que no se puede soslayar. Y más en general, como ocurre cuando hablamos entre nosotros, se habla de lo que uno tiene algo que decir. No obstante, no considero que sea un índice cerrado y crecerá.

-La obra propone que pensar en nuestras experiencias cotidianas nos permite vivir de manera más plena y humana. ¿Podría compartir una reflexión personal en la que un acto cotidiano haya tenido un impacto significativo en su propia comprensión filosófica de la vida?

-Comer juntos, por ejemplo, es una celebración diaria de estar vivos que convierte una necesidad por la que los demás animales disputan en una ceremonia desapercibida de superación de las necesidades: ofrecemos el alimento, servimos a los demás primero, retiramos la comida para los ausentes y los enfermos, evitamos comer con las manos en consideración a los otros, comemos de lo mismo y evitamos quedar en silencio por la premura del apetito. Incluso los cubiertos, como el cuchillo romo y sin filo, representan que no vamos a disputar por la comida y que los demás no tienen nada que temer, sino todo lo contario. Saberlo, como poco, nos deja comprender el fondo civilizatorio y humanizador de muchas de las normas de cortesía que permanecen como mudas hasta que la comprensión las revitaliza. 

»Y reparar en que junto con comer, dormir, conversar y bañarnos son los hábitos del hogar nos deja contemplar la vulnerabilidad confiada y mutuamente puesta a salvo como lo que nos permite de modos diversos volver a empezar.

»Desde esa perspectiva, pensar es la autoconciencia comprensiva de la vida, algo así, pues, como vida al cubo que dirían los matemáticos, pero en sentido cualitativo: vivir más humanamente o reduplicar lo que se vive también con inteligencia y su apetito de saber.

-El libro se describe como una "biografía filosófica" llena de sabiduría y conocimiento. ¿Qué desafíos encontró al tratar de combinar la erudición filosófica con un enfoque accesible y cálido para el lector?

-Bueno, esa descripción no es mía, aunque la agradezco. Lo que sí he dicho es que se trata de algo así como una (auto)biografía filosófica, es decir, una reflexión sobre la propia vida de alguien que busca lo universal incluso en la intimidad convertida en materia de comprensión. Solo quién ha vivido puede pensar sobre la vida, primum vivere…, así que la experiencia forma parte de lo necesario para comprenderlo.

»Además, el libro nace de una aspiración juvenil surgida del estudio de Aristóteles y su teoría de las operaciones vitales (nutrición, crecimiento, reproducción, locomoción, sensación e intelección) que el discípulo de Platón estudia sin declinar sus formas culturales en las que comparece lo humano específico: la locomoción humana es, más bien, caminar, saltar, correr, pasear, viajar, danzar. Y así con todas las demás ¿Cómo pensar comprensivamente la sexualidad humana sin pensar sobre acariciar, sobre intimar o el acontecimiento de tener hijos? La perspectiva aristotélica permite hace una ética de las acciones humanas, pues percibe la principalidad racional de nuestras operaciones vitales, también las orgánicas, pero no hace una filosofía de la cultura y del sentido de la vida humana, o sea, una filosofía del hombre en sentido cabal.

-En su carrera como filósofo y educador, ha impartido conocimientos en múltiples instituciones académicas de renombre. ¿Cómo ha influido su experiencia docente en la elaboración de este libro y en la forma en que presenta la filosofía al público en general?

-Bueno, no me tengo por un educador, no tengo el don de acompañar el crecimiento de los jóvenes entre los que, no obstante, se desenvuelve mi trabajo y cuya compañía enriquece toda mi labor, que consiste sobre todo en estudiar, reflexionar y perseguir eso que estamos llamando la comprensión o la inteligencia de lo humano. Pero, por avatares de la vida, durante mucho tiempo he dado clase de filosofía a no filósofos en la universidad, y es muy probable que eso me haya inclinado a convertir la claridad en un requisito del pensar. Lo que no se entiende me parece que no está bien pensado, y cuanto más profundo es un asunto más claridad me parece que requiere, por arduo e imposible que resulte, a la postre. 

»Nietzsche decía que la claridad era un lujo que solo se podía dar la profundidad. Podemos decirlo de otro modo: en filosofía la claridad solo es tolerable si hay profundidad, de otro modo es mera obviedad, redundancia irrelevante. Ortega también decía que la claridad era la cortesía del filósofo. Seguramente cabe ir un paso más allá, y tal vez la claridad sea la honestidad del filósofo, o, si se quiere, el método del filósofo, aunque en un sentido no idéntico al que propuso Descartes, sino claridad como profundidad comprensiva, como radicalidad esclarecedora.

-"Saber no es solo algo que podamos tener sobre la vida, sino vida misma intensificada según un modo particular: la comprensión". ¿Podría profundizar en esta afirmación y explicar cómo la comprensión filosófica puede transformar y enriquecer nuestra vida cotidiana?

-En cierta medida debería ya ser claro a la luz de todo lo anterior, pero todavía cabe decir algo más al respecto. Jacinto Choza, mi maestro, decía que el hombre necesita saber lo que es para serlo. La vida para ser humana no requiere de la conciencia, pero la conciencia forma parte de la integridad cumplida de una vida humana, y, una conciencia que si es posible debería ser reflexiva, inteligente y comprensiva. La filosofía es una ‘manía’ occidental que responde a un rasgo y necesidad universalmente humana. 

»En una dirección afín, aunque no idéntica, Marx se dio cuenta de que la mera explotación no desencadenaba la revolución, y que era preciso que los explotados supieran que estaban siendo explotados —y no solo que lo sufrieran— para que se convirtieran en proletarios dispuestos para la lucha revolucionaria. En efecto, el hombre no puede ser hombre como el tigre es tigre, sin reflexionar sobre en qué consiste serlo y sin alcanzar una cierta interpretación sobre lo que es ser humano, sus obras, acciones, pasiones y quebrantos.

»Comprender lo que vivimos no es un lujo que nos damos si nos queda tiempo, sino algo que todos hacemos, y conviene dejarse acompañar por quienes han dedicado más tiempo a hacerlo, o a estudiar a los que lo han hecho. Necesitamos habitar con la inteligencia comprensiva lo que habitamos con el cuerpo, los afectos, los sentidos y la vida en común. Ese es un apetito que forma parte de la integridad de la vida humana, no la adorma, sino que la completa, que, por cierto, es justo lo que significa ornamentum: lo que saca a la luz la verdad de lo real adornándolo, es decir, cumpliéndolo, en este caso con la lograda hondura de saberlo.

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