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miércoles, 8 de julio de 2020

Relaciones del trabajo y otras realidades humanas (DSI). Por Rafael Serrano

El trabajo por su carácter personal, es superior a cualquier otro factor de producción. Este principio vale, en particular, con respecto al capital. El término “capital” tiene diversas acepciones: los medios materiales de producción de una empresa; los recursos financieros invertidos en una iniciativa productiva o en operaciones de mercados de bolsa; también, de modo no totalmente apropiado, “capital humano” para significar los recursos humanos, es decir las personas mismas, en cuanto son capaces de esfuerzo laboral, de conocimiento, de creatividad, de acuerdo recíproco en cuanto miembros de una organización; “capital social” indica la capacidad de colaboración de una colectividad, fruto de la inversión en vínculos de confianza recíproca.
La doctrina social de la Iglesia ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando la prioridad del primero sobre el segundo, así como su complementariedad.

El trabajo tiene una prioridad intrínseca con especto al capital: Este principio es una verdad evidente y “pertenece al patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia.

Entre trabajo y capital debe existir complementariedad. La misma lógica interna del proceso productivo demuestra la necesidad de su recíproca compenetración y la urgencia de dar vida a sistemas económicos en los que la antinomia entre trabajo y capital sea superada.“Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital”.
En la reflexión acerca de las relaciones entre trabajo y capital se debe considerar que “el recurso principal” y el “factor decisivo” de que dispone el hombre es el hombre mismo y que “el desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo”. El mundo del trabajo, en efecto, está descubriendo cada vez más que el valor del “capital humano” reside en los conocimientos de los trabajadores, en la creatividad en el carácter emprendedor, en la capacidad de afrontar lo nuevo, de trabajar juntos y de saber perseguir objetivos comunes. Se trata de cualidades genuinamente personales, que pertenecen al sujeto del trabajo más que a los aspectos objetivos, técnicos u operativos del trabajo mismo.
La relación entre el trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto. Actualmente, el conflicto presenta aspectos nuevos: los progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los
mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.
No debe pensarse equivocadamente que el proceso de superación de la dependen-
cia del trabajo respecto a la materia sea capaz por sí misma de superar la alienación en y del trabajo. Frente a posiciones ideológicas que propugnan una praxis de enfrentamiento o lucha de clases,” la Iglesia enseña y difunde la doctrina social que forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador. Asimismo viene a ser una fuente de unidad y de paz frente a los conflictos que surgen inevitablemente en el sector socioeconómico. De esta manera se pueden vivir las nuevas situaciones, sin degradar la dignidad trascendente de la persona humana ni en sí mismos ni en los adversarios, y orientar- las hacia una recta solución.” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia II. cap. 6, 3 nn. 276-280).
Rafael Serrano Molina

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