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jueves, 3 de diciembre de 2020

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA XXVI. Instituciones económicas al servicio del hombre. Por Rafael Serrano


 
Vuelvo a retomar esta semana la Doctrina Social de la Iglesia, en este caso sobre el ahorro y consumo, tema que me parece importante en estas fechas. Espero que os sea útil, en la esperanza de que se acerque el alivio de las medidas restrictivas, y entre tanto nos preparemos con el Adviento a celebrar un año más la Navidad. 

La acción del Estado 

La acción del Estado y de los demás poderes públicos debe conformarse al principio de subsidiariedad y crear situaciones favorables al libre ejercicio de la actividad económica; debe también inspirarse en el principio de solidaridad y establecer los límites a la autonomía de las partes para defender al más débil. La solidaridad sin subsidiariedad puede generar fácilmente en asistencialismo, mientras que la subsidiariedad sin solidaridad corre el peligro de alimentar formas de localismo egoísta. 

La tarea fundamental del Estado en el ámbito económico es definir un marco jurídico apto para regular las relaciones económicas, con el fin de “salvaguardar las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone cierta igualdad entre las partes, nosea que una de ellas supere totalmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a esclavitud.” 

La función de los cuerpos intermedios 

El sistema económico-social debe caracterizarse por la presencia conjunta de la acción pública y privada, incluida la acción privada sin fines de lucro. Se configura así una pluralidad de centros de decisión y de lógicas de acción. La sociedad civil, organizada en cuerpos intermedios, es capaz de contribuir al logro del bien común poniéndose en una relación de colaboración y de eficaz complementariedad respecto al Estado y al mercado, favoreciendo así el favoreciendo así el desarrollo de una oportuna democracia económica. 

Ahorro y consumo 

Los consumidores, que en muchos casos disponen de amplios márgenes de poder adquisitivo, muy superiores al umbral de subsistencia, pueden influir notablemente en la realidad económica con su libre elección entre consumo y ahorro. 

La utilización del propio poder adquisitivo debe ejercitarse en el contexto de las exigencias morales de la justicia y la solidaridad, y de responsabilidades sociales precisas: no se debe olvidad “el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio superfluo y, a veces, incluso con lo propio necesario, para dar al pobre lo indispensable para vivir”. 

Actualmente, en los países más desarrollados se extiende el consumismo como una forma de vida que nos lleva a valorar más el “tener” que el “ser”. Para contrarrestar este fenómeno es necesario esforzarse por construir “estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones”. Es innegable que las influencias del contexto social sobre los estilos de vida son notables: por ello el desafío cultural, que hoy presenta el consumismo, debe ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo si se piensa en las generaciones futuras, que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente natural esquilmado a causa de un consumo excesivo y desordenado.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. II, c. 7, nn351-360) 

Rafael Serrano Molina

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